No, yo no luché contra el franquismo. Luché, y de qué manera, contra la manía que tenía mi madre de meterme pronto en la cama, pero esa lucha es posterior, al menos en la fase de liberación camera que yo recuerdo. Cuando murió Franco tenía dos años, hoy tengo cuarenta y, aunque no peino canas, la alopecia va ganando terreno sin descanso hacia la bola de billar, irrevocable destino craneal de esta nuestra humana condición. Como yo se encuentra una buena parte de mis compatriotas, antes españoles, hoy “ciudadanos y ciudadanas destepaís”. O no recuerdan a Franco porque nacieron después, o porque lo hicieron poco antes de que la espichase o porque tienen edad de haber visto a Arias Navarro echando la lágrima por la tele, contrito y dolorido por el fin del trinque, pero no se quieren acordar porque estaban a otra cosa.
Luego, claro, están los que sí que recuerdan a Franco y al franquismo. Cada vez menos, por desgracia. En nuestra humana condición también está el morirse, así que, poco a poco, los españoles a los que el general se dirigía en los mensajes navideños van palmándola. En unos años pasará como con los de la época de Alfonso XIII o los de la República, habrán muerto todos y de su tiempo se hablará en pretérito absoluto. O no, porque parece que al franquismo quieren conservarlo en formol, mantenerlo como la momia de Lenin para que los “ciudadanos y ciudadanas destepaís” desfilen delante de él una vez al año y entonen el sua culpa dándose buenos golpes en el pecho. Por sua hay que entender de la derechona, que, en la teología progre, es el conjunto más o menos organizado de demonios que adoran al dios Baal, vulgo Franco, uno de los siete reyes del infierno que más que ningún otro trae por la calle de la amargura a la ijquierda plural del Estadospañol.
Los otros seis, y hablo de memoria, son mi antepasado el Cid Campeador, mi tocayo Fernando el Católico, Isabel la ídem, Hernán Cortés, Felipe II y Agustina de Aragón. Curiosamente ninguno era madrileño, que ya es mala pata. Ni siquiera Felipe II, monstruo cuya perfidia sin tasa le llevó a fijar la Corte en Mordor, nació en Madrid, sino en Valladolid. Son todos malos, pero no tanto como el último en llegar. Por eso quieren dedicar un día a su memoria, el 18 de julio exactamente, que fue la jornada en la que, hace casi 80 años, él y unos cuantos generales más hicieron algo tan español como levantarse contra el Gobierno con intención de derribarlo.
Por las mismas no sería mala idea dedicar un día al recuerdo de los sucesivos golpes que hubo durante la República, otro para rememorar el cuartelazo de Primo de Rivera en Barcelona, tres más para cada una de las guerras carlistas y habría que reservar un par de semanas para que no se olvidasen las querellas entre agramonteses y beamonteses en la Navarra medieval, las peloteras que se armaban cada dos por tres en el reino de Castilla, o la guerra civil que hubo en Cataluña en el siglo XV. Un mes al año doliéndonos por nuestra propia historia. Les doy una idea, llamémoslo “Mes contra el franquihmo”, y así todos contentos.
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