La información económica está llena de lugares comunes. Un servidor la padece a diario y sabe lo que se dice. La Bolsa, por ejemplo, cuando cae es que se está desinflando, sí, desinflando, como si fuese un globo. Luego, cuando sube, sube, no se hincha, simplemente sube. Si sube de golpe es cosa de los buscagangas, unos misteriosos agentes que aparecen siempre en el último momento y que actúan con avidez de maruja en la sección de oportunidades del Corte Inglés. Manías de periodistas bursátiles que repiten como papagayos siempre las mismas frases hechas.
La Bolsa, de hecho, bien podría hacerla un robotín equipado de un sintetizador de voz humana. No haría falta más que programarle para que repitiese sin descanso las consignas del plumilla indocumentado más habituales, ya sabe: rebota con fuerza, abre con subidas, cae a plomo, recogida de beneficios y un larguísimo etcétera que, para glosarlo en su integridad, me harían falta diez o doce contracrónicas con todos sus caracteres y sin espacios.
Algo similar sucede con la política monetaria. El plumi, el indocumentado y el otro, han asumido como dogma de fe que cuando el banco central baja los tipos la economía se dispara. Bien, tal vez fuera cierto hace diez años, hoy de eso no hay nada. Aunque a la plumillez piafante le sorprenda, la capacidad del gobernador del banco central para influir en la economía real es muy limitada, al menos para influir en el corto plazo. En el largo sí que puede hacerlo, y de qué manera, aunque, eso sí, para obrar el milagro mover arriba y abajo los tipos de interés como los tiradores de una mesa de sonido no es suficiente.
El gobernador de banco que quiere hacerse notar de verdad en la economía sólo puede hacer una cosa: ponerse como un loco a crear dinero de la nada. De eso los argentinos saben mucho y así les luce la cartera cuando van de compras. En Europa Mario Draghi tiene nombre de argentino pero no es argentino, aunque ganas no le faltan. Está empeñado en fomentar lo que él denomina crecimiento. Probablemente le gustaría hacerlo con la imprenta echando humo, pero eso aquí no se lleva, somos más finolis, preferimos que el dinero lo cree el sistema bancario multiplicando el crédito.
Para que los bancos presten basta con dejarles el dinero barato… o, mejor dicho, bastaba el dinero barato. Hoy ni con el euro regalado se presta un céntimo. Todo el mundo está endeudado, nadie se fía de nadie y, claro, el milagro de los Draghis y los Rajoyes no termina de hacerse carne. No se dan cuenta de que hay demanda de crédito sí, pero no es solvente. Bastante tienen los bancos con lo que en mala hora prestaron en el pasado y que ahora no ven manera humana de recuperarlo, como para meterse en más belenes. La bajada de tipos “del crecimiento” no provocará efecto alguno en el mercado del crédito ordinario. Hará que los bancos se refinancien más fácilmente para, a su vez, financiar a esa plaga egipcia llamada políticos. Todo a costa del envilecimiento de nuestra moneda. Gracias Draghi, eres todo Rajoy.
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