La Contracrónica acaba de cumplir seis meses de vida. He grabado un total de 167 programas, lo que viene a corresponderse con una frecuencia prácticamente diaria, sábados, domingos y fiestas de guardar incluidos. Decía Picasso que la inspiración existe, pero te tiene que encontrar trabajando. Que por trabajo no sea. Nunca supuse que iba a tener tanto éxito. He cerrado julio con más de 100.000 descargas, lo que, para un programa de actualidad política y económica desde una perspectiva liberal es un disparate. Y cuando digo liberal digo liberal en sentido estricto. No hago concesiones porque en La Contracrónica no tengo necesidad de hacerlas. Aquí ningún editor me puede quitar el micrófono si no me atengo a sus indicaciones. Tampoco tengo que padecer las intrigas y puñaladas tan habituales en los medios de comunicación. Con la de años que llevo en este oficio esto último es probablemente lo que más agradezca.
Mis medios son los que son, cualquiera que lo escuche habitualmente los puede imaginar. La Contracrónica la hacemos un micrófono, algo de música y yo mismo. Ocasionalmente viene un amigo, Ricardo Fasso, que es ingeniero y listo como un demonio, con el que hago temas especiales más de fondo, generalmente económicos. El micrófono es bueno, pero tampoco para tirar cohetes, 120 euros en Amazon, a los que habría que sumarles un cable XLR y un pie de micro muy aparente pero que no costó ni quince euros. La mezcla la hago con un ordenador y el programa Garage Band, que me venía incluido en el Mac. El estudio es la mesa en la que trabajo, coloco el micro entre la lámpara y el teclado y cierro todo a cal y canto para que no entre ni el zumbido de una mosca. De la distribución del programa se encarga iVoox, iTunes y YouTube. El resto descansa en dos virtudes muy desacreditadas en los tiempos que corren: la paciencia y la constancia.
Para que la audiencia siga ahí he ido mejorando el contenido, las Contracrónicas de hoy están más preparadas que las de hace cinco meses. Selecciono los temas, leo todo lo que puedo sobre ellos y anoto en una libreta las claves importantes que no se me pueden olvidar. Mi idea es que si cualquiera de los oyentes tiene que mantener al día siguiente una conversación sobre ese tema disponga de todos los argumentos para defenderse bien o, si más que una conversación es una discusión, la gane por goleada. Ese es, digamos, el valor añadido que aporta La Contracrónica. A estas alturas el formato ya está consolidado y no haré ningún gran cambio sobre él ya que, según veo, la cosa funciona. Para otros empeños radiofónicos he pensado en crear nuevos espacios. Por empeños han de entenderse cosas como entrevistas, tertulias o temáticas diferentes a las que conforman el programa. El formato de La Contracrónica las digiere muy mal y se desvirtúa su espíritu. Precisamente por eso hace justo un mes comencé con un programa hermano: La ContraHistoria, del que aún es pronto para sacar conclusiones pero que no va nada mal. En julio hice seis programas que se han descargado 32.000 veces, lo que arroja un promedio de 5.300 oyentes por programa, más incluso que La Contracrónica, que el mes pasado tuvo una media de 3.600 oyentes diarios.
Os preguntaréis cómo sostengo esta industria si lo hago gratis et amore. Simple, quitándome tiempo de otras cosas, porque trabajar tengo que seguir trabajando. Me gustaría profesionalizar esta actividad pero no se si habrá empresas en España dispuesta a apostar por los podcasters. En EEUU si que las hay y se ha creado un circuito comercial paralelo que financia la radio a la carta. Aquí tengo mis dudas, aunque lo mismo me equivoco. Pero, vamos, sí, acepto propuestas comerciales, eso sí, con solo una condición, tengo que creerme lo que vendo. Un negocio win-win-win. Gana el que vende, gana el que compra y gana el que pone a ambos en contacto.
Dicho esto, cien mil veces gracias y si permanecéis a la escucha yo permaneceré al habla.
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