La campaña presidencial en Estados Unidos ya navega a velocidad de crucero. Las encuestas arrecian y la polarización política es un hecho. Los candidatos parece que no gustan a nadie, pero, a diferencia de España, son los que han puesto ahí los partidos mediante primarias internas. Son, como mínimo, los favoritos de los militantes. A Trump se le da por perdedor, más fuera que dentro, cierto es, pero si los gringos terminan votando como indican los sondeos la próxima presidenta será Hillary Rodham Clinton. Los sondeos son la piedra filosofal de cualquier elección. La ventaja de Hillary está dando pie a su equipo de campaña a cometer algunos de los errores que el propio Partido Republicano cometió durante las primarias.
Entre los demócratas, por ejemplo, se está empezando a tratar a Trump con la misma condescendencia. Creen que el candidato del GOP es tan solo un famoso con ganas de lío, de pasárselo bien para vencer el tedio que le provoca ser tan rico y tenerlo todo hecho. Ese fue el pecado capital de los republicanos en las primarias. Y fueron cayendo uno tras otro sin ocultar su estupor por lo que el militante republicano votaba Estado tras Estado. Trump obtuvo el doble de delegados que Cruz, Rubio y Kasich juntos. Ganó en 37 Estados, todos los importantes a excepción de Texas, que se mantuvo fiel a Ted Cruz, que es tejano.
Después de meses aireando a los cuatro vientos las extravagancias de Trump y su condición de millonario ocioso con ganas de divertirse, resultó que había algo más, que el descontento de la “ordinary people” con las élites es real. Los demócratas pueden cometer los mismos errores y, de hecho, los están cometiendo.
Aunque las encuestas den vencedora a Hillary no lo hacen con una mayoría abrumadora, por lo que hay que cogerlas con pinzas. El sistema americano es mayoritario. El que gana en un Estado se queda con todos los votos de ese Estado. Y hay mucha disparidad entre Estados. California tiene 55 votos mientras que Montana solo tiene 3. Harían falta 18 Montanas para alcanzar la potencia de fuego electoral de California. Resumiendo, quien gane en California (55), Texas (38) y el cinturón industrial de los Grandes Lagos (87) habrá ganado las elecciones. En caso de empate los Estados-veleta de Ohio (18) y Florida (29) la desharán. Y, ojo, Florida es más trumpista de lo que se piensa. Una parte de su imperio hotelero está en Florida, incluido el resort de lujo Mar-a-Lago, una joya de estilo español levantada en los años 20 para servir de retiro invernal a los presidentes de Estados Unidos. Toda una declaración de intenciones.
Faltaría Nueva York y sus 29 votos electorales. Es cierto que The Empire State es un feudo demócrata, pero también lo es que Trump es neoyorquino de nacimiento y, lo peor de todo, ejerce de neoyorquino. Haber nacido en un Estado es un elemento clave en las campañas electorales. Obama arrasaba en Illinois, Bush en Texas, Clinton en Arkansas, Reagan en California, Carter en Georgia y así sucesivamente.
Se presume también que Hillary retendrá el voto hispano, que en estas elecciones es fundamental. Con cerca de 30 millones de votantes hay casi tantos electores de habla hispana en los Estados Unidos como en España o Argentina. No son un bloque monolítico. Tan hispano es un ingeniero superior por Stanford hijo de emigrantes cubanos que ingresa 150.000 dólares al año como un mojado que lleva diez años recogiendo limones en el valle de San Joaquín. Tampoco es lo mismo un bracero indígena de origen guatemalteco a un médico nacido en Uruguay de padres italianos. Lo único que les une es la lengua madre. La cuestión es saber si esos votantes tan diversos anteponen las fronteras abiertas a otros asuntos tales como la fiscalidad, la política sanitaria o la seguridad nacional.
Respecto al voto negro, la ventaja de los demócratas es arrolladora desde siempre. Y aquí si estaríamos hablando de un bloque más o menos monolítico. Obama se hizo en 2012 con el 95% del voto de color. Entre otras razones porque él mismo es de color. ¿Mantendrá Hillary ese porcentaje o retrocederá hasta el 88% de John Kerry, candidato demócrata de 2004 y sucesor de la propia Hillary en la Secretaría de Estado? Es una incógnita, pero en el caso de los negros la política migratoria sería un acicate para votar republicano. Las víctimas de las fronteras abiertas han sido los negros. El hondureño con las primeras letras que entra ilegalmente en el país no compite con un blanco de Connecticut graduado en Cornell, sino con los afroamericanos sin cualificación. No es casual que en Francia o Alemania los partidos anti inmigrantes se nutran de la clase obrera. Esa misma tendencia se podría terminar observando en Estados Unidos.
Pero el peor y más letal enemigo de Trump no está entre las minorías, sino dentro de su propia casa. Los dirigentes del partido le aborrecen. Su sola presencia les incomoda, su estilo bronco, su dos divorcios, su fama de mujeriego… Esta es la gran incógnita que el equipo de Hillary está aprovechando al máximo. Pero no dejan de ser fobias personales y, como tales, son impredecibles. A estas alturas casi lo mismo que las elecciones.
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