Los dos mayores aciertos de Aznar en ocho años fueron llegar al poder cuando las cosas empezaban a ir bien y desalojar la poltrona cuando todo se desmadró a raíz de los atentados del 11-M. En marzo de aquel año arrancó la crisis política que aún hoy arrastramos y que, de no mediar una reforma digna de tal nombre, terminará por llevarse el invento del 78 por delante. La descomposición del cadáver, que hoy ya apesta, dio comienzo en aquellos años de excesos ladrilleros, ministras de cuota, parques eólicos, desfiles del orgullo gay, vacaciones a todo trapo, coche a estrenar cada dos años y bodas en El Escorial con invitados de gurtelín. El embrujo duró tres años. A partir de 2007 se vio que esto no daba más de sí y desde entonces caemos y caemos sin haber encontrado todavía el fondo.
Los años de Aznar fueron distintos, o al menos así los recuerda la gente de derechas. España, la España del Aserejé y Gran Hermano, era una balsa. Todo salía a pedir de boca. Las empresas iban bien, los jóvenes encontraban empleo y se iban a pasar el fin de semana a Ámsterdam en EasyJet, los menos jóvenes se independizaban y los mayores creían ser uropeos de pleno derecho. Esa es la imagen que hoy muchos tienen de la España aznarita, por eso la echan de menos y consideran que el artífice de aquel bienestar era el del bigote. Obviamente se equivocan, los responsables del bienestar, si es que alguna vez lo hubo en esa cantidad y calidad, fueron ellos mismos, no los ministros de Aznar.
La realidad fue muy otra. Sin quitar mérito a alguna que otra reformilla menor de aquellos gabinetes de jayanes endomingados, los cimientos de nuestra ruina actual se sentaron en el octenio del bigotes, se consolidaron en el septenio del cejas y están pasando su última y dolorosa factura en el bienio del barbas. Quitando lo de la ETA creo que el resto lo hicieron regular, mal o rematadamente mal. Un ejemplo rápido: de aquellos Aznares de ayer estos Mases de hoy. Fue Aznar quien se entregó atado de pies y manos al nacionalismo catalán sin necesidad alguna de hacerlo. Que se lo cuenten a Vidal Quadras. Y como esto casi todo.
El déficit de tarifa eléctrico que hoy tanto nos castiga por la vía del recibo viene de una decisión suicida de Aznar que Zapatero luego corrigió y amplió. Ídem con prácticamente toda la legislación laboral heredada por los socialistas y que hoy imposibilita de raíz la recuperación económica. En ocho años Aznar bajó los impuestos sí, pero Zapatero también. El Estado ingresaba tal cantidad de dinero que los políticos se pusieron rumbosos y decidieron robarnos un poquito menos. Así cualquiera, así hasta Montoro hubiese dejado el IVA en el 18% y Salgado en el 16%.
Pero, curiosamente, el mito de Aznar es poderoso en la derecha española, necesitada siempre de que venga un ser providencial y haga el trabajo que ellos no están dispuestos a hacer. Una maldición que pervive y que, me temo, pervivirá mientras ser de derechas consista en ser un socialista de orden, en ser, en definitiva, un Mariano Rajoy.
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