La desvergüenza de la rajoyía y el sorayato no conoce límites. Con el país literalmente quebrado, un 27% de desempleo, la deuda en máximos históricos, la actividad por los suelos y los jóvenes emigrando en masa, no se les ocurre mejor idea que sacar pecho y presumir de lo suyo. Dicen que gracias a ellos el Estado se ha librado del rescate, que el enfermo estaba en las últimas y que lo están curando. De poco más pueden presumir. El Estado, efectivamente, no fue rescatado el verano pasado por los socios europeos… o sí, porque qué otra cosa es el MEDE sino un rescate para recapitalizar a la exhausta banca pública española.
Respecto al símil del enfermo –ya sabe, la herencia recibida y demás panoplia de quejíos–, tiene una parte de verdad y mucha de mentira. En diciembre de 2011 la economía española estaba ciertamente enferma. Hoy lo está mucho más. Lo que no cuenta Rajoy, lo que oculta Soraya, de lo que no quiere ni oír hablar Montoro es que el Estado, su Estado se endeuda a un ritmo de 300 millones de euros diarios. Eso hace más de 2.000 millones a la semana, 8.400 al mes y 100.000 al año. No han recurrido al rescate financiero, cierto, la deuda es el rescate financiero.
Lo que el Gobierno pide prestado coincide con lo que el Estado gasta de más. El descuadre en las cuentas públicas es, desde que comenzó la crisis, de unos 100.000 millones de euros cada año. El Leviatán montorino nos sale carísimo a los españoles y, no conforme con eso, pretende que siga saliéndole carísimo a nuestros nietos. La deuda de hoy son los impuestos de mañana. A no ser, claro, que el que venga decida declarar la bancarrota, echar la culpa de todo a la troika y a los mercados y sellar de este modo la argentinización definitiva. Con permiso de los pirracas que ahora gobiernan, creo que ese es el escenario más probable de aquí a tres años.
Para entonces la deuda estatal habrá alcanzado el 150% sobre el PIB, un punto mágico donde se quiebra o se quiebra, no hay otra elección. Eventos similares en el pasado fueron bautizados con sugerentes nombres como “efecto Tequila” o “argentinazo”. Ambos vinieron acompañados de espantosos déficits, deudas impagables, gasto estatal desorbitado y socialdemocracia rampante. En España padecemos las cuatro enfermedades en un estadio muy avanzado.
No queremos, además, curarnos ni someternos a tratamiento de desintoxicación. Nos está matando esa adicción al Estado, conocida por estos pagos con el eufemismo “defensa de lo público” que, en puridad, no es más que la “defensa de lo mío”. Lo mío, es decir, lo suyo, lo de Rajoy es que al Estado no le falte de nada y al resto, a nosotros, que nos vayan dando mientras mantenemos su negocio a beneficio del sorayario. Cuando quiebren, que de un modo u otro lo harán, tendremos nuestro argentinazo, un efecto tequila que bien podríamos bautizar desde ya como “rajoyazo”. Él y su barba, su estrasbismo y su vaguería congénita de registrador de provincias no se merecen menos.
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