El buen hacer es la acción en sí misma, se demuestra haciendo el bien. Buen hacer es, por ejemplo, sacar trece hijos adelante. Trece hijos son muchos y el número es malo porque trae mala suerte. Buen hacer es, como decía José Luis de Vilallonga, pasar treinta años calzándose a la misma. Tal vez sea aburrido, pero está bien hecho. Buen hacer es empezar de meritorio en un partidillo con 10 escaños en el Congreso, los que AP tenía en 1980, y juntar veintipocos años después 38 millones de euros en dos bancos suizos. 38 millones es más dinero del que puede imaginar el común de los mortales. Apegados como estamos a la peseta para las grandes cifras se nos hace difícil poner tantos ceros a una cuenta bancaria. Pero, no se me apure, se lo convierto, 38 millones de euros son algo más de seis mil millones de pesetas, un guarismo de diez cifras que hace salivar a cualquiera.
Con esa mareante cantidad de dinero, con seis mil millones de pesetas, se podían hacer muchas cosas, desde echar tierra al agujero de una caja de ahorros hasta levantar una fábrica desde cero. Eso mismo, seis mil millones, es lo que costó la planta de L'Oreal en Burgos hace poco más de una década. Hay que tener mucho talento, hay que ser un verdadero lince ibérico para, en el curso de una vida, llegar a amasar semejante fortuna y sobrevivir para disfrutarla. Los empresarios listos y con suerte lo consiguen. Ahí tenemos a Steve Jobs, que empezó con lo puesto y se fue al otro barrio más rico que el rey Midas. Pero, claro, Jobs entre una cosa y la otra creó Apple, el Macintosh, el iPhone y otras gollerías por las que todo el mundo se mata. Lo mismo podría decirse de Amancio Ortega o del dueño de Mercadona, que se han hecho ricos fabricando riqueza a su alrededor.
El talentoso mister Bárcenas, sin embargo, ha logrado lo mismo sin necesidad de crear nada y echando la intemerata de horas como tesorero en un partido, lo cual tiene bastante mérito. Lógico que alguien así sea el hombre de moda. Más que llamarle a declarar a un juzgado deberían ofrecerle un puesto de profesor vitalicio en una escuela de negocios de esas cancamuseras que abundan por Madrid y que son, básicamente, escuelas de contactos. Allí Bárcenas podría dar lo mejor de sí mismo. Explicaría a los alumnos, previo pago de su importe, cómo forrarse a conciencia en un tiempo récord. La asignatura bien podría convertirse en curso, y el curso en máster. Como soy un tipo generoso le regalo el nombre: "El Buen Hacer, los secretos del Método Bárcenas".
Las posibilidades se me antojan infinitas. Las enseñanzas barceníes podrían condensarse en un libro, o, mejor aún, en una colección a la que yo llamaría "Enciclopedia del Buen Hacer". Luego vendría la serie documental para distribuirse por correo en DVD, más tarde las sesiones privadas con el mago de las finanzas a mil euros el minuto. España, obviamente, se quedaría pronto pequeña y habría que dar el salto al extranjero. De ahí al biopic en la HBO hay solo un paso. El título también se lo regalo: "The talented mister Bárcenas". Llegado el momento, Bárcenas y su buen hacer podría convertirse en nuestro principal producto de exportación, mayor incluso que el de jóvenes ingenieros que emigran en busca de un futuro mejor. Claro que, para entonces, ya no será necesario emigrar. Todos habremos encontrado El Dorado barcenita y en él retozaremos por los siglos de los siglos. PP.
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