Solo hay una cosa peor que ser tonto que es ser tonto y creerse listo. Esta dolencia muy habitual entre lo que, con un glorioso eufemismo, se conoce como clase política. No existe nada parecido a la clase política. Lo que sí existe es una banda organizada de saqueadores, generalmente lo peor de cada casa, aliñada por un puñado de idealistas que pasaban por allí.
Si la política fuese patrimonio de esos idealistas nos iría mucho mejor, dicen algunos con buena fe. No, no lo creo. El delincuente en potencia que se mete a político para perpetrar el crimen de vivir a costa de los demás en nombre del bien de los demás, será siempre menos peligroso que el iluminado. Como decía Cipolla cargado de razón, el ingenuo es siempre y en toda circunstancia mucho más letal que el malvado, porque el primero ocasiona daño a ambas partes, mientras que el segundo fastidia solo a la parte contratada, vulgo contribuyente, mientras la contratante se lo lleva crudérrimo.
Puestos a elegir entre un ladrón y un pirado que quiere volver el mundo del revés a mayor gloria de sus prejuicios, siempre me quedaré con el ladrón. Los ladrones son predecibles, van a la cara y lo suyo se resuelve con dinero. Como es lógico, no todos los idealistas son unos iluminados. Una minoría es gente sensata que realmente se cree el cuento ese del bien común y del poder benéfico del BOE. Es, con todo, una minoría exigua. Lo habitual es que el idealismo y el chifle sean todo uno.
Los tontos que se creen listos de los que hablaba antes no suelen ser iluminados, pertenecen a la variedad ladronil de la política, la más común tanto en España como en el extranjero. Son muchos, de hecho la mayoría. Demasiado dinero en el aire, demasiado fácil llevárselo y demasiado alto el nivel de podredumbre moral de los que se meten en esto. Todo el sistema está concebido para que prosperen los que poseen la habilidad del pirata cobarde. El resto sale despedido o se despide por propia iniciativa con los dedos pulgar e índice sobre la nariz.
Así las cosas tienden a pensar que por estar ahí son listísimos, providenciales, y todos debemos rendirles pleitesía. Eso nada más aterrizar, luego viene la bajadita del coche oficial, el traje de alpaca, las interminables conversaciones por el iPhone 5, el “no sabe usted con quien está hablando”, el “no me saquéis fumando” , el “yo velo por los intereses de la ciudadanía”, la carcajada complaciente y los andares de ceporro que está encantado de haberse conocido. No me culpe a mí por definirlos, cúlpeles a ellos por ser así y culpe al sistema por empujar hacia arriba a este subproducto humano que nos ha arruinado la vida.
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