Los de la tortilla, Felipe, el Guerra y sus manilargos mariachis, llegaron con lo puesto pidiendo el cambio y salieron gordos como ceporros rogando al Altísimo para que nada cambiase. Cambio sí que hubo, y de los buenos. Todos, o casi, cambiaron de casa, de coche y de compañera. Fue lo que el maestro Campany denominó el “cambio de las tres ces”. Aquello fue un trinque de los grandes. La pena es que la memoria colectiva sea tan débil y el portavoz de aquel Gobierno de golfos apandadores siga todavía mandando en la Pesoe.
Muchos creyeron que los españoles aprenderíamos de aquellos escándalos, propios de una democracia joven que pasaba su inevitable sarampión. Evidentemente se equivocaban. La corrupción del felipismo no sirvió más que para perfeccionar los instrumentos de saqueo. Los políticos vieron que, a las bravas, quedaba feo eso de robar y se las apañaron para hacerlo mediante refinadas técnicas. El mejor ejemplo de esta mutación es el caso de los ERE de Andalucía. El caldo primordial es el mismo en el que florecieron las corruptelas del gonzalato, un caldo compuesto a partes iguales por impunidad, inmunidad y poder absoluto.
El régimen que pacientemente, durante más de treinta años, la Pesoe ha forjado en Andalucía no podía dar otro resultado. En un lugar donde el político es todopoderoso y donde la política todo lo copa sólo cabe esperar corrupción masiva. Los andaluces lo saben, es un secreto a voces que allí quien más quien menos mete la mano en la lata, pero la mayoría mira hacia otra parte o da la callada por respuesta. Más vale llevarse bien con los caciques del partido que reparten suerte, empleos, prebendas y canonjías. La plebe, entretanto, alarga la mano con la esperanza puesta en que caiga algo, una migaja de la mayor copla de redistribución forzosa de toda Europa, una copla que se llama Andalucía.
Algún día se contará todo esto, se pondrá en orden, cronológicamente como en las viejas crónicas del reino. Quizá más adelante hasta se animen en algún pueblo blanco de la Alpujarra a representar la tragicomedia en forma de cronicón como el que cada año se celebra en Oña, provincia de Burgos, durante la virgen de Agosto. Un espectáculo digno de ver, con su Ruy Díaz, Cid Campeador de Vivar, su moro Almanzor y su Sancho III, rey de Pamplona y Conde de Castilla. En el cronicón del Gran Trinque personajes no van a faltar, vergüenza propia y ajena tampoco.
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