“Es un problema de ingresos, no de gastos”. Llegaron con esa cantinela al poder hace ahora año y medio y siguen en sus trece. Para solucionar ese problema de ingresos los de Rajoy han subido los impuestos existentes 30 veces y han creado una docena de nuevos tributos. El apretón fiscal y una batería de recortes tibios, aplicados con titubeo y marcha atrás, iba a servir para cuadrar las cuentas públicas en un par de ejercicios hasta dejar el déficit en el 3% sobre el PIB que exige Bruselas.
Bien, hasta la fecha lo único que podemos tener por seguro es que trabajamos –si tenemos la suerte de hacerlo– muchas más horas para el Estado. Del resto poco o nada se ha sabido. La recaudación ha aumentado sí, pero bastante menos de lo que se esperaba y, por supuesto, no lo suficiente como para compensar el incremento en el gasto. Los estabilizadores automáticos del mal llamado Estado del Bienestar tienen la mala pata de activarse justo en el peor momento, y esa ha sido la maldición con la que, inexplicablemente, el equipo montoriano parece que no había contado cuando tomó al asalto la Agencia Tributaria con la intención manifiesta de desplumarnos.
En el PP y en sus aledaños el malestar se extiende por semanas. Aznar ha sido el último en llegar a la fiesta pero lo ha hecho de un modo especialmente ruidoso. Por eso están preocupados. Aznar sigue teniendo tirón entre las bases y entre las que ya no lo son. El PP es todavía hoy, casi un cuarto de siglo después de que Fraga le regalase el invento, un partido aznarista. Rajoy está ahí por lo que está, no vamos a engañarnos. El propio Montoro fue ministro de Aznar antes de serlo de Rajoy, Guindos fue secretario de Estado y así podría continuar hasta pasado mañana. Por mucho que hayan intentado hacerle luz de gas desde Moncloa, la desafección dentro del PP hacia su Gobierno es real, casi tanto como la que siente la clase media, los autónomos y los pequeños empresarios, cimientos estos sobre los que Rajoy levantó su mayoría absoluta en 2011.
Visto así todo lleva a pensar que al ministro de los impuestos, las malas caras y las inspecciones por sorpresa le quedan dos telediarios. Pues no, Montoro prevalecerá y seguirá fastidiándonos y arruinando el país hasta el día en que el PSOE y sus peronistas majestades de IU tomen el relevo. La razón es simple. Montoro es Rajoy y Rajoy, Montoro. Me explico. El hombre del saco está ahí haciendo exactamente, punto por punto y coma por coma, lo que le ha encargado su jefe. El desgaste de imagen y la cosecha de odios se los lleva el ministro, saliendo de este modo Rajoy completamente impune del mayor abordaje sobre el bolsillo de los españoles de toda la historia.
A Mariano Rajoy nunca le interesó la economía. Para él la riqueza es una oposición labrada con sudores en la alcoba de la casa paterna, y luego el nirvana de vivir a costa del contribuyente hasta el último suspiro. El hombre, además, viene de donde viene. Ingresó de joven en el sector tradicionalista de la antigua Alianza Popular, el de Fernández de la Mora, aquel ministro de Franco tan culto para unas cosas como ignorante en grado absoluto para cuestiones económicas. O, quizá, no tan ignorante. Fernández de la Mora aborrecía del liberalismo y las recetas liberales, las únicas, por cierto, que engendran prosperidad real y no privilegios y miseria.
No hay nada de lo que sorprenderse. De un registrador de la propiedad –no aludiré a su origen geográfico porque, a fin de cuentas, no todos tienen la suerte de nacer madrileños– criado en el tradicionalismo fernandezmorista sólo podía esperarse este robo a mano tributaria. Los impuestos no van a bajar este año ni el que viene, y es muy probable que tampoco lo hagan en 2015, o, si lo hacen, serán dos o tres tipos de poco fuste y con intenciones electoralistas. La doctrina Montoro-Rajoy consiste en no dejar ni un céntimo en el bolsillo del contribuyente para así alejar de su mente la idea de ahorrar.
Luego, cuando esto pase, que algún día pasará, ya se encargarán que quitar un puntito al IVA y otro al IRPF. Si es que vuelve a entrar el dinero en las arcas públicas lo hará de un modo tan estruendoso y brutal que, conociendo la naturaleza del Estado, solo cabe suponer que el monstruo comprometerá el gasto de todo nuevo euro que entre. El Estado siempre crece, nunca se achica. Si se le da de comer crece más rápido, cosa que ahora no puede hacer porque el alimento fiscal es escaso. Para dos hombres de Estado, registrador de la propiedad y catedrático respectivamente, que su criatura gane peso es motivo de orgullo, es, de hecho, lo único que van buscando.
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