La cereza del Jerte es posiblemente la mejor del mundo. Para una sobremesa de verano no se me ocurre mejor compañía que medio litro de Vichy Catalán bien frío acompañado de un cuenco de cerezas recién lavadas. Son dulces y pequeñas con un huesecillo travieso que se escurre entre la lengua y los dientes. Cualquiera con gusto las valora y cuando pide cerezas remata la frase con un “si son del Jerte, mejor”. A los madrileños aquel valle de riachuelos cristalinos, aquel reino encantado de cerezos en flor nos cae muy a mano, de ahí que, el que más y el que menos, conozca desde la infancia más tierna el fruto bendito de sus verdes pendientes tostadas al sol de la tarde. Los que no tuvieron la suerte de nacer aquí, en el ombligo del mundo, no lo tienen tan claro, así que no queda otra que anunciarlo al uso moderno con sus jingles y sus reclamos publicitarios para luego subirlo a YouTube y que la red haga el resto.
Y he aquí el meollo de la cuestión. Resulta que uno no puede anunciar su producto como le venga en gana. Si lo hace con un fornido pollancón de esos que levantaban sacos en los puertos antes de que se inventase el contenedor no pasa nada. Pero, ay de ti como se te ocurra anunciarlo con una pollancona escotada y tentadora. Para la Pesoe extremeña, que, a falta de mejores enredes se ha erigido en uno de los denunciantes, el anuncio en cuestión utiliza “sin recelo alguno a la mujer como reclamo para atraer la atención del espectador”. Elemental. Sólo faltaría que lo hubiesen hecho con recelo. Está demostrado que lo que más gusta al ser humano es otro ser humano, por eso la publicidad suele prodigarse en personas de carne y hueso consumiendo cosas y no en robots lubricándose las juntas en reparadores baños de aceite. Las cerezas del Jerte le aseguro que no son para el paladar metálico de un robot, sino para el goce sensorial de nuestro mortal paladar. Créame. Cómalas sin recelo y, si es el caso, con escote.
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