Un honradísima hilera de convoys (o convoyes) |
“¡Braulio, pásame el convoy!”. “Nos pone dos ensaladitas de la huerta con mucho tomate… y el convoy”. “En esa mesa no, Matías, que no han puesto convoy, luego hay que pedirlo y no lo traen nunca”. “A ver, niño, ves colocando los convoys en las mesas y les pasas un trapo que son las dos y ya está entrando gente”. Frases como estas se escuchan a menudo en los bares de los polígonos industriales que rodean Madrid. Quizá también se oigan por los de Valladolid, Zaragoza y Vigo, pero como nunca anduve en uno de sus polígonos pues no puedo asegurarlo.
El convoy es una institución en el poligonian way of eating de la capital. Un accesorio fundamental del que el alondra siempre echa mano cuando quiere que la ensalada del menú de seis euros sepa a algo. Una parte del mobiliario restaurantil tan importante como la máquina de tabaco decorada con una foto de Manhattan o la tragaperras esquinera que siempre está caliente a la hora del café. Un motivo de alegría y placer para los sentidos cuya contemplación presagia una pitanza completa y satisfactoria. El restaurante “El Tragaldabas”, por ejemplo, sito en la calle destornillador de un polígono de Valdemoro, gasta unos convoys tan lustrosos y bien puestos que siempre está lleno a reventar. Y eso que no se come especialmente bien allí, pero los clientes, casi todos de la manufactura metálica y el transporte, descuentan el efecto convoy se sientan y comen. Luego ya, si eso, echan unos euretes a la máquina y se aprietan un sol y sombra de Veterano.
Claro que, a lo peor, usted no ha pisado jamás “El Tragaldabas” y todo esto que le cuento le suena tan extraño como el idioma klingon, empezando por el propio concepto madre: el convoy. ¿Qué demonios es un convoy? Tiene razón, debí empezar por ahí, a veces olvido que este diario tiene difusión nacional y me lanzo en plancha. Bien, un convoy es la aceitera-vinagrera de toda la vida que, en algunos casos, lleva también salero. ¿Y dónde está el problema? Se preguntará usted con toda la razón del mundo. El problema, qué digo el problema, el problemón es que el Gobierno quiere prohibirlas, sí, prohibirlas, tal y como lo lee. Ahora, con las manos sobre la cabeza y la cara de espanto, supongo que entenderá por qué comencé la columna de un modo tan atropellado.
A partir de enero del año próximo este útil accesorio, el convoy, desaparecerá de los restoranes españoles por obra y gracia del BOE. Al parecer a alguien en el Gobierno no le gusta eso de que las aceiteras se rellenen a gusto del restaurador y va a obligar que, de seguir existiendo, los convoyes estén formados por aceiteras debidamente selladas y etiquetadas. Esto, obviamente, es el fin del convoy y de toda la subcultura que ha alumbrado a la vera de las carreteras nacionales. Es también el fin de “El Tragaldabas” y de la tragaperras calentita lista para regar de euros recién acuñados la mano confiable y nervuda del currela. Porco Governo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario