"Doctor, ¿cree usted que me voy a curar?", pregunta el paciente de bronquitis crónica a su neumólogo. "Pues depende, caballero, si se toma usted en serio lo de dejar de fumar y hace ejercicio de forma regular, se curará".
El paciente con bronquitis crónica es España (o Italia, o Portugal, Grecia no, esa está ya en la UCI). El tabaco es el exceso de funcionarios y políticos que padecemos. La falta de ejercicio es el sinnúmero de regulaciones, rigideces, tasas e impuestos que hacen completamente imposible que la economía se mueva y cree riqueza. La verdadera enfermedad del paciente de arriba no es la bronquitis, sino el fumeteo y la vida sedentaria, la nuestra el Estado y todos los que de él viven. Los fumadores empedernidos lo saben bien, saben que, en cuanto dejen el tabaco y empiecen a menear un poco el cuerpo se repondrán. Nosotros, en cambio, pensamos que necesitamos más tabacazo y más sillón bol para salir del atolladero.
Desde que empezó el año (hace sólo tres días) se han puesto todos de acuerdo en creer que vamos a superar la crisis este mismo año y el que viene nos pondremos a crecer a lo loco. El Gobierno está encantado. Dicen que con el repunte de las exportaciones, la ligera bajada del paro y la prima de riesgo en los 300 y pico puntos todo está hecho. No hay más que tener fe y saber esperar. La cantinela de siempre, el "esto lo arreglamos entre todos" que nos vienen repitiendo desde hace años.
Pues no, no vamos a salir de la crisis con buena fe y optimismo, del mismo modo que un enfermo de bronquitis nunca se curará si sólo se limita a desearlo pero no ataca el origen del problema. ¿Vamos en España a eliminar las causas que han hecho de nuestra economía la líder mundial en fabricación de desempleados? Lo dudo. A fin de cuentas, dejar de fumar es mucho más sencillo que eliminar empleos públicos y regulaciones innecesarios.
Sirva como muestra lo que está pasando en Leganés, una ciudad de 190.000 habitantes cercana a Madrid. A finales del mes pasado su alcalde decidió prescindir de 39 interinos. Pueden parecer muchos y desde un punto de vista humano lo son. 39 personas, muchas de las cuales tendrán familia, hipotecas y demás, cada una con su historia a cuestas y la incertidumbre amargándole el futuro. Pero si lo ponemos en perspectiva, es decir, si lo comparamos con el número total de empleados que tiene el consistorio, ya no son tantas. Esta es la perspectiva: para el ayuntamiento de Leganés trabajan casi 1.800 personas, aproximadamente el 1% de la población total.
Leganés es una ciudad industrial. Tiene una de las mayores fábricas de ascensores de Europa, la de Otis, que exporta a medio mundo desde allí. Y no es la única multinacional. Empresas como Roche, Coca Cola o HP cuentan con grandes instalaciones y por los polígonos que tapizan el municipio hay centenares de empresas de todos los tamaños. Pues bien, el primer empleador de la ciudad no es ninguna de ellas, es el ayuntamiento. Si esto pasa en una ciudad bendecida con la presencia de todos estos gigantes de la industria, no se lo que sucederá en esos municipios del sur de España donde la empresa privada y, no digamos ya la multinacional, es una rareza.
Cuando las cosas iban bien, cuando se recaudaba a manos llenas en los años de la burbuja, nadie tenía en cuenta estos pequeños detalles. Desde que empezó la crisis los que han ido poniendo los ajustes y los parados han sido las empresas privadas. En Leganés, por ejemplo, el paro se acerca a las 20.000 personas, todas salidas del sector privado. Aunque parezca mentira, a estas alturas (y ya estamos en 2013) el sector público ni se ha enterado de que hay crisis, todo lo contrario, sus nóminas han engordado a lo ancho y a lo largo.
Aparte de enviar a miles de trabajadores a la cola del INEM, la bronquitis crónica de los últimos cinco años ha provocado una contracción brutal en las recaudaciones fiscales. Durante la anterior legislatura y lo que llevamos de la presente las administraciones han ido parcheando los problemas con dinero prestado. Pero ese manantial se ha secado también y, además, hay que devolver lo que en mala hora se pidió para fingir que no pasaba nada. Al Estado le compran los bonos con la nariz tapada, y la administración local pasa un verdadero calvario para que la entidad de crédito habitual les fíe la nómina del mes. Cualquier concejal de Hacienda sabe bien lo que digo porque lo padece en sus propias carnes los días 30 de cada mes.
Leganés no es una excepción. De cada 10 euros que recauda el ayuntamiento, unos 5,5 se van en liquidar nóminas. El ayuntamiento se ha convertido de este modo en una gran máquina de redistribución de renta. A esos 5,5 euros habría que sumarle la cantidad correspondiente al mantenimiento de la infraestructura municipal que hace posible la existencia de todos esos puestos de trabajo, y el coste de los cargos políticos. En Leganés éstos últimos fueron reducidos a la mitad en 2011, cuando el nuevo alcalde tomó posesión, pero no ha sido así en todos los municipios, más bien todo lo contrario.
Resumiendo, una buena parte del IBI o del impuesto de recogida de basuras se va en mantener el empleo de un vecino que tiene la suerte de trabajar en el ayuntamiento y cuyo empleo está tan amortizado como antiguamente lo estaban las propiedades de la Iglesia.
¿Cómo han reaccionado los sindicatos ante los despidos de estos 39 trabajadores? ¿Se han quejado? Naturalmente que lo han hecho, faltaría más, eso lo llevan de serie y es lógico que sea así. Pero no se han conformado con quejarse. Desde hace una semana han puesto la ciudad patas arriba. Se han manifestado delante del portal de la casa del alcalde, han arrojado huevos a la casa consistorial, han llenado la ciudad de pintadas y no han dudado en amenazar personalmente a algunos concejales hasta el extremo que a dos de ellos les han escupido, han zarandeado a una delegada municipal, han intimidado a otros trabajadores y, en el clímax de la sinrazón sindical, medio Leganés se ha quedado a oscuras por un sabotaje en el sistema de alumbrado público. Vamos, lo de Telemadrid pero a lo grande. Y todo por 39 empleos interinos de 1.800.
39 empleos que, por lo que se ve, son más sagrados que la Biblia. Mientras nadie decía ni mu cuando 20.000 leganenses perdían su trabajo, ahora se arma la de San Quintín por 39 personas que vivían de un ayuntamiento cuyos recursos son la mitad que hace unos años.
Y aquí nos encontramos con el problema de raíz, es decir, con el tabaco y la falta de ejercicio del ejemplo que puse más arriba. Esos empleos no eran unos empleos cualquiera. Los que los ocupaban consideraban que eran de su entera propiedad y que los contribuyentes de Leganés tienen la obligación vitalicia de mantenerlos, aunque sea a costa de quitarse de comer. La mafia es el símil más ajustado que se me ocurre ante algo como esto. Me contaban ayer que estos defensores de lo suyo ya ni se preocupan de disimular. Acusaban tanto al Gobierno (del PP) como a la oposición (del PSOE) de la felonía. A los primeros por cometer el innombrable pecado de tocar a un empleado público. A los segundos por no haberlos hecho funcionarios antes de abandonar el poder en junio de 2011.
Decía Ronald Reagan que "una recesión es cuando tu vecino pierde su empleo. Una depresión es cuando tú pierdes el tuyo. Y recuperación es cuando Jimmy Carter pierde el suyo". Bien, saldremos de esta cuando los que viven a nuestra costa dejen de hacerlo, esto es, cuando pierdan su empleo. Y para eso no hace falta fe sino decisión política. Y eso me parece a mi que, salvo contadas excepciones, no lo voy a ver.
Sirva como muestra lo que está pasando en Leganés, una ciudad de 190.000 habitantes cercana a Madrid. A finales del mes pasado su alcalde decidió prescindir de 39 interinos. Pueden parecer muchos y desde un punto de vista humano lo son. 39 personas, muchas de las cuales tendrán familia, hipotecas y demás, cada una con su historia a cuestas y la incertidumbre amargándole el futuro. Pero si lo ponemos en perspectiva, es decir, si lo comparamos con el número total de empleados que tiene el consistorio, ya no son tantas. Esta es la perspectiva: para el ayuntamiento de Leganés trabajan casi 1.800 personas, aproximadamente el 1% de la población total.
Leganés es una ciudad industrial. Tiene una de las mayores fábricas de ascensores de Europa, la de Otis, que exporta a medio mundo desde allí. Y no es la única multinacional. Empresas como Roche, Coca Cola o HP cuentan con grandes instalaciones y por los polígonos que tapizan el municipio hay centenares de empresas de todos los tamaños. Pues bien, el primer empleador de la ciudad no es ninguna de ellas, es el ayuntamiento. Si esto pasa en una ciudad bendecida con la presencia de todos estos gigantes de la industria, no se lo que sucederá en esos municipios del sur de España donde la empresa privada y, no digamos ya la multinacional, es una rareza.
Cuando las cosas iban bien, cuando se recaudaba a manos llenas en los años de la burbuja, nadie tenía en cuenta estos pequeños detalles. Desde que empezó la crisis los que han ido poniendo los ajustes y los parados han sido las empresas privadas. En Leganés, por ejemplo, el paro se acerca a las 20.000 personas, todas salidas del sector privado. Aunque parezca mentira, a estas alturas (y ya estamos en 2013) el sector público ni se ha enterado de que hay crisis, todo lo contrario, sus nóminas han engordado a lo ancho y a lo largo.
Aparte de enviar a miles de trabajadores a la cola del INEM, la bronquitis crónica de los últimos cinco años ha provocado una contracción brutal en las recaudaciones fiscales. Durante la anterior legislatura y lo que llevamos de la presente las administraciones han ido parcheando los problemas con dinero prestado. Pero ese manantial se ha secado también y, además, hay que devolver lo que en mala hora se pidió para fingir que no pasaba nada. Al Estado le compran los bonos con la nariz tapada, y la administración local pasa un verdadero calvario para que la entidad de crédito habitual les fíe la nómina del mes. Cualquier concejal de Hacienda sabe bien lo que digo porque lo padece en sus propias carnes los días 30 de cada mes.
Leganés no es una excepción. De cada 10 euros que recauda el ayuntamiento, unos 5,5 se van en liquidar nóminas. El ayuntamiento se ha convertido de este modo en una gran máquina de redistribución de renta. A esos 5,5 euros habría que sumarle la cantidad correspondiente al mantenimiento de la infraestructura municipal que hace posible la existencia de todos esos puestos de trabajo, y el coste de los cargos políticos. En Leganés éstos últimos fueron reducidos a la mitad en 2011, cuando el nuevo alcalde tomó posesión, pero no ha sido así en todos los municipios, más bien todo lo contrario.
Resumiendo, una buena parte del IBI o del impuesto de recogida de basuras se va en mantener el empleo de un vecino que tiene la suerte de trabajar en el ayuntamiento y cuyo empleo está tan amortizado como antiguamente lo estaban las propiedades de la Iglesia.
¿Cómo han reaccionado los sindicatos ante los despidos de estos 39 trabajadores? ¿Se han quejado? Naturalmente que lo han hecho, faltaría más, eso lo llevan de serie y es lógico que sea así. Pero no se han conformado con quejarse. Desde hace una semana han puesto la ciudad patas arriba. Se han manifestado delante del portal de la casa del alcalde, han arrojado huevos a la casa consistorial, han llenado la ciudad de pintadas y no han dudado en amenazar personalmente a algunos concejales hasta el extremo que a dos de ellos les han escupido, han zarandeado a una delegada municipal, han intimidado a otros trabajadores y, en el clímax de la sinrazón sindical, medio Leganés se ha quedado a oscuras por un sabotaje en el sistema de alumbrado público. Vamos, lo de Telemadrid pero a lo grande. Y todo por 39 empleos interinos de 1.800.
39 empleos que, por lo que se ve, son más sagrados que la Biblia. Mientras nadie decía ni mu cuando 20.000 leganenses perdían su trabajo, ahora se arma la de San Quintín por 39 personas que vivían de un ayuntamiento cuyos recursos son la mitad que hace unos años.
Y aquí nos encontramos con el problema de raíz, es decir, con el tabaco y la falta de ejercicio del ejemplo que puse más arriba. Esos empleos no eran unos empleos cualquiera. Los que los ocupaban consideraban que eran de su entera propiedad y que los contribuyentes de Leganés tienen la obligación vitalicia de mantenerlos, aunque sea a costa de quitarse de comer. La mafia es el símil más ajustado que se me ocurre ante algo como esto. Me contaban ayer que estos defensores de lo suyo ya ni se preocupan de disimular. Acusaban tanto al Gobierno (del PP) como a la oposición (del PSOE) de la felonía. A los primeros por cometer el innombrable pecado de tocar a un empleado público. A los segundos por no haberlos hecho funcionarios antes de abandonar el poder en junio de 2011.
Decía Ronald Reagan que "una recesión es cuando tu vecino pierde su empleo. Una depresión es cuando tú pierdes el tuyo. Y recuperación es cuando Jimmy Carter pierde el suyo". Bien, saldremos de esta cuando los que viven a nuestra costa dejen de hacerlo, esto es, cuando pierdan su empleo. Y para eso no hace falta fe sino decisión política. Y eso me parece a mi que, salvo contadas excepciones, no lo voy a ver.
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