No, no se asuste, no es para tanto. Del mismo modo que la correspondencia es secreta e inviolable así deberían serlo las cuentas en los bancos. Nos parecería intolerable que Montoro hurgase en nuestro armario pero se nos antoja de lo más normal que haga lo mismo en nuestra cuenta corriente. El Gobierno no es quien para meter la nariz donde no le corresponde. Arguyen que eso serviría para ocultar dinero negro, pero por carta también se puede planificar un atentado terrorista y esa remota posibilidad no es razón suficiente para que un inspector de policía nos las abra en la oficina de correos. Y, la verdad, me parece mucho más grave un atentado que fulanito de tal se escaquee de Hacienda. Me lo parece a mi y sospecho que a usted también.
Los que temen eso del dinero negro parecen desconocer que ese tipo de dinero no circula por los bancos a la vista de cualquiera. Los que lo manejan ya se encargan de blanquearlo en España o en el extranjero. Luego hay dinero negro y dinero negro. El que proviene del crimen organizado juega en una liga y el que genera, pongamos, un pequeño hostelero, otra de una categoría muy inferior. Del primero hay que seguir su reguero hasta detener a los criminales. Porque lo odioso no es el dinero en sí, sino el crimen y quienes lo perpetran. Respecto al segundo, no estaría de más que se suprimiesen todos los impuestos sobre las rentas del capital, que son un atraco indigno, propio del sheriff de Nottingham, que le quitaba a los pobres para dárselo a los ricos. Vamos, lo que viene haciendo el fisco desde siempre. ¿Aceptaría pagar un impuesto por tener un reloj de marca que le regaló su padre cuando sacó la carrera? No, ¿verdad?, pues lo mismo con el dinero que ha ahorrado privándose de gastárselo en el acto.
Si Hacienda no fuese como el ladrón de tres manos, el único dinero negro que habría sería el que los delincuentes han conseguido como fruto de sus fechorías. Y a esos hay que perseguirlos, pero no por tener dinero, sino por delinquir. El resto del circulante sería tan blanco como la nieve. Sus dueños harían con él lo que creyesen conveniente: lo guardarían, lo gastarían, lo invertirían o se lo darían a un ciego en la puerta de una iglesia para cumplir con la buena obra del día. A partir de ese momento nadie enterraría el dinero en Suiza ni en ningún otro sitio. Se quedaría aquí, en España, limpio y honrado, con gloria y sin tasa, para que otros lo utilicen. ¿Y el Gobierno? El Gobierno que deje de gastar, así no tendrá necesidad de robar.
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