martes, 15 de enero de 2013

Deconstructing de Prada (II)

Prosigo con lo que dejé ayer a la mitad por puro agotamiento. Juan Manuel de Prada no sólo se casca unos libros largos como días sin pan, sino que, si le dejan hablar, podrían pasar tres días y él seguiría ahí perorando sobre todo y sobre todos. Bien, ayer me quedé a mitad de entrevista cuando hablaba de sí mismo, un tema que, por lo demás, le encanta. Luego la entrevista penetra por unos vericuetos más literarios y, en concreto, de la novela que acaba de lanzar. Hoy sólo voy a fiskearle una pregunta, dejando la boutade sobre Internet para otro día.

El entregadísimo entrevistador dispara:

¿Está ajustando cuentas con Ava Gardner o con algo más cuando la pinta de manera tan cruda? 
Yo creo que estoy ajustando cuentas con cómo los españoles, y sospecho que en general les ha ocurrido a todos los pueblos, nos hemos dejado colonizar culturalmente. Nos hemos dejado degradar, nos hemos dejado arrebatar lo más propio, lo más verdadero de nosotros, y lo hemos sustituido por ese postizo que primero será ese colonialismo cultural que ahora es la globalización y que en cada época tiene un nombre y unas expresiones distintas, pero que en definitiva de lo que estamos hablando es del vaciamiento de lo propio y de un relleno de borra o de serrín que nos diseca y que nos mata. Quizá porque he crecido en una ciudad pequeña, porque he tenido mucho contacto con la vida rural, me molesta mucho la invasión cultural que padecemos y que ha logrado hacer tabula rasa de todos los pueblos. Eso me fastidia. Y yo creo que en ese momento histórico concreto, por las circunstancias especiales en las que se movía España, es ya de un aperturismo, el hecho de los tratados comerciales que se firman con Estados Unidos, este virus se empieza a introducir.

Jo jo jo, es que el tío no tiene desperdicio. “Nos hemos dejado colonizar culturalmente”, dice… y se queda más ancho que largo (físicamente, de hecho, es casi más ancho que largo). Supongo que de Prada creerá que España ha sido así siempre, desde que la trajo Dios al mundo, y que todo nos lo debemos a nosotros mismos.

A ver, JM, el alfabeto en el que escribes es el etrusco pasado por Roma y los carolingios, la lengua es latín evolucionado, la religión cristiana nos la trajeron de Oriente Medio hace dos mil años, el derecho y buena parte de la cultura es grecolatina y el resto importado de otras partes de Europa y del mundo. Los números en los que llevas las cuentas de los libros que vendes son de procedencia arábiga, aunque su origen más remoto está en la India.

La imprenta en la que se imprimen tus libros la inventó un alemán en 1450 y no llegó a España hasta más de veinte años después. El papel es un invento chino que llegó a Europa en la Edad Media y así podría continuar hasta pasado mañana. La historia de la humanidad es la historia del intercambio de bienes, servicios e ideas. Ah, y no es ningún virus, es una bendición gracias a la cual vivimos más, mejor y somos más sabios. Pero, oye, si lo que quieres es pureza siempre puedes mudarte al Amazonas profundo y pedir la admisión en alguna tribu de esas que están sin contactar.

Supongo que te gusta comer, bueno, no lo supongo, te gusta comer, a la vista está. Pues bien, el gas con el que cocinas viene de Argelia a través de un gasoducto que construyó un consorcio multinacional y que ahora pertenece a un conglomerado qatarí. El café con el que desayunas viene de Colombia, el trigo de la tostada de Ucrania, la mantequilla de Irlanda, la mermelada de frutas recogidas en Nueva Zelanda y la vajilla de Portugal. La cafetera, de marca alemana pero hecha en Hungría, funciona gracias a la electricidad que te suministra una empresa italiana que la genera en un reactor nuclear francés fisionando núcleos de uranio 238 extraído en Rusia.

El zumo de naranja que bebes es el último subproducto aguado de un concentrado que probablemente haya llegado en barco desde Estados Unidos y cuyo punto de partida fue la última cosecha de naranjas en Florida y el de llegada una olvidada terminal del puerto de Rotterdam. La leche viene de Holanda, de vacas alimentadas con pienso polaco a quienes regularmente acoplan una ordeñadora de fabricación británica dirigida por un pakistaní.

El taxi que coges cada mañana está fabricado en la República Checa, el asfalto sobre el que circula se fabricó utilizando como base petróleo traído de Libia en un petrolero de bandera panameña, armador coreano y capitán griego. Tu reloj es suizo, tu pluma favorita alemana y tu teléfono móvil y las cámaras con las que grabas “Lágrimas en la lluvia” están hechas en China o en Taiwán sobre diseño de un japonés que estudió en una universidad californiana. La ropa que llevas encima la tejió en Turquía una tejedora industrial de fabricación belga que trabaja para una cadena mayorista sueca.

Qué cosas, todos estos extranjeros colonizadores se han puesto de acuerdo para amargarte el día. ¿O tal vez no? ¿O tal vez sea que vives de puta madre elevado sobre las incontables ventajas de la globalización capitalista pero, por pura pose de urbanita memo, dices preferir la vida pastoril?

Creo que más bien lo segundo. Echar mierda sobre el mundo moderno cuando se vive a costa del mundo moderno es la clásica postura tontiprogre que tanto aborreces. Ahora puedes revisar lo que le dijiste al entrevistador y repetir conmigo: “Perdón, soy tonto y hablo mucho sin saber de casi nada”. Repítelo tres veces y luego abstente de desayunar mañana a modo de castigo autoimpuesto.

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