Decía Lenin que “la contabilidad y el control constituyen la principal misión económica de todo Soviet de diputados obreros, soldados y campesinos, de toda la sociedad de consumo, de todo sindicato o comité de abastecimiento, de todo comité de fábrica, de todo órgano de control obrero”. Resumiendo, que la contabilidad lo era todo. Es razonable desde cualquier perspectiva, pero más aún desde la del Partido. Hay que contabilizar bien el fruto del atraco para que ni un solo céntimo se escape y termine donde no debe terminar, es decir, lejos de las arcas de la secta, que eso y no otra cosa es lo que eran los bolcheviques.
Aquí, en España, la contabilidad leninista, “prestada con entusiasmo revolucionario” para controlar a “los ricos, los vividores, los parásitos y los hampones”, funciona mejor que en los tiempos de la revolución rusa. Se extrae hasta la última gota a los que producen algo, para luego emplear ese torrente de dinero en “salvar a Rusia y salvar la causa del socialismo”. Quien dice Rusia dice el Estadospañol, y quien dice socialismo dice socialismo, que esto último no ha cambiado, se ha perfeccionado hasta límites que hubiesen asustado al mismísimo Lenin.
Ahí tenemos a Montoro, más conocido en la calle como “el hombre del saco” que, entre la calva, las orejas de soplillo y el careto alargado cada día se parece más a Lenin. Físicamente quiero decir, en lo otro es casi peor que Lenin. Sólo le falta la perilla, la gorra de obrero y el chaquetón de cuero negro. Pero esté usted tranquilo que todo se andará. Cuando, después de darnos la vuelta y sacurdirnos como peleles, comprueben que ya no nos queda nada en el bolsillo tal vez les dé por ponernos a limpiar letrinas o nos darán un carnet amarillo para que el “pueblo” nos vigile o, peor aún, fusilarán “a uno de cada diez parásitos”. Todo para conseguir que la “experiencia común” sea “más rica, más segura y más rápidamente triunfe el socialismo”. Que de esto va el tema.
¿Le parece exagerado? Pues no le parecerá tanto si le digo que España es el país de la OCDE que más ha subido los impuestos en los últimos treinta años. La presión fiscal se ha duplicado desde 1975. ¿A cambio de qué? A cambio de contar con una de las redes clientelares más densas del mundo. En algo teníamos que estar a la cabeza. Una red que alimenta millones de bocas a costa de otros tantos millones de bolsillos exhaustos. En lo que el dinero viaja de los segundos a las primeras siempre se queda algo en el camino a modo de comisión de servicio. Y es ahí donde aparece la corrupción de la que tanto nos quejamos. En resumen, nos gusta la causa pero no su inevitable efecto.
Sin contabilidad leninista, es decir, sin expolio sistemático por parte de una clase política elefantiásica e hiperlegitimada no existe la corrupción. Por una razón simple: sin dinero no hay clase política o ésta es tan pequeña que no constituye una amenaza. Eliminar el politiqueo y su necesarias requisas fiscales es quizá el mejor pacto anticorrupción posible.
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