lunes, 14 de enero de 2013

En el nombre de Chávez

A Chávez le deben quedar dos telediarios porque han empezado a desfilar por delante de su lecho mortuorio la flor y la nata del servilismo hispanoamericano. Si no he contado mal, hasta La Habana se han desplazado ya la Kirchner, el Correa y uno de Perú que no me acuerdo como se llama. Falta Morales, que no tardará en aparecer por allí con su “chompa a rayas”, que es el nombre técnico del espantoso jersey que el boliviano viste para ocasiones especiales y visitas de Estado. Claro, que en Cuba hace mucho calor y a lo peor se nos pone una guayabera como esas que abarrotan el armario de Raúl Castro desde que decidió prescindir de la gorrilla caqui tipo camionero de Wisconsin.

La prisa por visitar a Chávez nos dice que, a estas alturas, el gorila está más para allá que para acá, probablemente conectado a una máquina que le mantiene las constantes vitales y poco más. Nos dice también que hay mucho que heredar, que, aunque el tiranuelo de Barinas abandone este ingrato mundo tan desnudo como vino a él, deja detrás un arcón repleto de dólares que ahora habrá que repartir como bien se pueda. El primer interesado en que el arcón siga donde está es un tal Nicolás Maduro, del que no tuve referencia hasta hace un mes, cuando Chávez lo nombró heredero de su petroimperio. Desde que ingresaron al jefe, el tal Maduro ha pasado más tiempo en La Habana que en Caracas. Eso es señal de que no hace en absoluto honor a su apellido. El pobre hombre, todo bigote, todo mofletes y todo cara de pena, está más inmaduro que una manzana en pleno verano.

La relación entre Venezuela y Cuba es realmente extraña. La primera pone la plata, la segunda el mando. No hay quien lo entienda. En tiempos de la URSS, cuando Cuba vivía del subsidio rojo, el país se dirigía desde la embajada soviética, cuyo edificio tiene forma de daga clavada en el corazón de la ciudad. Una pena, los españoles dejamos en Cuba fastuosas catedrales, casas señoriales, fortines inexpugnables y el tesoro precioso de nuestra lengua. Los rusos un espadón de cemento contrahecho, toneladas de miseria y la más perfecta servidumbre que un déspota pueda imaginar.

Y a déspota, claro, no hay quien le gane a Chávez. Por eso, y para no desentonar con los nuevos tiempos, no sé a que espera Mariano Rajoy para volar hasta La Habana y arrodillarse ante el doliente cuerpo del coronel victorioso. Lo están haciendo todos, empezando por la Kirchner, madre coraje de la Hispanidad, que con la misma gracia femenina expropia una empresa que se deshace en elogios con el cuasifinado Chávez, lucero del alba que marca el camino a seguir por “Nuestramérica” (sic), que ya se sabe que América es suya y sólo suya como Europa era de los nazis.

Ir a despedirse del gorilón es una cuestión de humanidad, de diplomacia y, sobre todo, de imagen. Luego que no se queje cuando le llamen derechón y le acusen, como ya hicieron con Aznar, de dar un golpe de Estado en Venezuela. Haría bien en viajar con el Rey, pero este casi mejor que no se arrodille, que se limite a decirle, “¿por qué no te callas?” y el otro, a lo mejor, se calla para siempre.

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