domingo, 14 de abril de 2013
Subirán los impuestos, le bajarán el sueldo
Dice el refrán popular que, cuando alguien te engañe, la primera vez será culpa suya, la segunda, tuya. Es el caso del Gobierno, que ya nos ha engañado una vez, y cree que puede hacerlo una segunda sin que nos enteremos. Ni voy a subir a subir los impuestos ni voy a bajar (de nuevo) el sueldo a los funcionarios, decía Montoro la mañana del viernes delante de los mandamases de un sindicato. Eso, traducido del montorés de Hacienda al castellano de Castilla significa que nos va dar un arreón de narices para luego bajar convenientemente el sueldo a los funcionarios y a todo aquel que se encuentre por delante. Todo sea por mantener el poder adquisitivo de los altos funcionarios nivel 29 a la que él y buena parte de su Gobierno pertenece. Todavía hay clases.
A estas alturas cualquier cosa que diga el Gobierno hay que cogerla con pinzas, es lo sensato, lo razonable, lo propio de gente normal que no va con el carné del partido en la boca. Mintieron con los impuestos, mintieron con el endeudamiento, mintieron con el déficit, mintieron con los recortes presupuestarios…y, lo que es peor, siguen mintiendo a día de hoy, cuando ya se les ha visto el farol. Y no sólo los españoles prudentes, sino la propia Unión Europea, que esta misma semana le metió una pedrada al estanque nacional al anunciar que no se cree que España pueda ajustar el déficit en 2013. Por ajustar hay que entender dejarlo en el 4,5%, un descuadre colosal que, sólo por la machaconería de los políticos, nos parecería un éxito en el caso poco probable de que el Gobierno lo consiga.
Pruebe usted a gastar sistemáticamente más de lo que ingresa, aunque sólo sea un 4,5%, y ya verá donde termina. El Estado, es decir, Montoro, puede hacerlo y, como puede, lo hace siempre. A pesar de ello, tal es el desastre y tan desastrosos sus gestores, que ni siquiera son capaces de alcanzar esa cifra. No cabe otra posibilidad, Montoro no es más que el ingeniero jefe de una máquina de quemar dinero de los demás que ni se ha parado ni tiene visos de hacerlo, al menos mientras los acreedores aguanten.
La poca o nula credibilidad del Gobierno no se la otorga a la oposición. Y no, no hablo del PSOE, un partido devastado por los errores del pasado que no termina de purgar, sino de los sindicatos. Estos años de crisis y desempleo deberían haberse convertido en su edad de oro, pero no los están aprovechando. Básicamente porque dejamos de creer en los sindicatos hace mucho más tiempo del que dejamos de creer en los Reyes Magos. El parado no se siente representado por ellos, pero el trabajador tampoco. 35 años después se ha visto la verdadera naturaleza de las así llamadas “centrales sindicales”, prolongación natural del Sindicato Vertical franquista cuyo único objetivo era y es mantenerse a sí mismo. La reelección a la búlgara de Cándido Méndez es quizá el símbolo de esta calcificación de unos sindicatos que no viven de las cuotas de sus afiliados, sino al modo parasitario gracias a una red de financiación muy bien engrasada… y perfectamente legal.
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