domingo, 28 de abril de 2013

El show neptuniano


1.400 policías nacionales, un número indeterminado de municipales, un centenar de periodistas, los porteros del Palace en librea y mil manifestantes berreando consignas de estadio de fútbol. La gran ópera revolucionaria “Ocupa el Congreso” terminó en un vodevil titulado “Sal por patas que viene la madera”. Así no hay quien derribe el régimen, ni quien tome al asalto la utopía, ni nada de nada. Los periodistas, los informadores, que dicen ahora los cursis, esperaban llevarse algo más al periódico para justificar el jornal y las cuatro horas de imaginaria pasando frío en la carrera de San Jerónimo.

Con un par de pelotazos y un palo hubiese bastado. Con eso los plumillas hacemos diabluras. Los nachojcolares estarían hoy llevándose las manos a la cabeza y pidiendo la ídem de Cristina Cifuentes, alias la Cifu. Los bots del otro lado, los marhuendas, estarían hablando de la defensa del Estado de Derecho y la actuación ejemplar de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. A la banda marhuendífera le pirra eso de llamar a la poli Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, básicamente porque eso de “Estado” y de “Fuerza”, así, con mayúsculas y en plural, les pone a cien.

No seré yo quien lleve la contraria a ninguno de los dos, aunque, eso sí, la Cifu me cae bien y no quiero que dimita ni que la dimitan. Es una tía auténtica que se toma en serio su trabajo, que evita hablar en politiqués y que va de frente, como los valientes. Precisamente lo que no fueron los manifestantes del jueves. Según salió la madera por la puerta de chiqueros echaron a correr como alma que lleva el diablo.

Toda la gallardía revolucionaria se quedó de repente en nada. A lo polis no les hizo falta dar ni un mal porrazo. Me alegro por ellos. Los hay que dicen que las brigadas de antidisturbios están formadas por cuadrillas de desequilibrados aficionados a la gresca y a repartir leña. Esa especie es mentira. A nadie en su sano juicio le gusta pegar a discreción, y puedo asegurar que en las UIP todos están en su sano juicio. Los antidisturbios españoles tienen un comportamiento modélico, casi versallesco. Sacuden cuando tienen que hacerlo, me atrevería decir incluso que cuando no les queda más remedio. No hay más que ver por la tele la cera que reparten los maderos alemanes o los yanquis –no digamos ya los egipcios– para percatarse de que aquí tenemos a las siervas de María con porra y coraza.

El tema, de cualquier modo, no es tanto si hay palos o no, sino saber por qué fracasó lo del jueves, precisamente el mismo día en que supimos oficialmente que en España hay más de seis millones de parados. La cuestión es simple. La gente, el grueso de la gente, está empezando a ver que el problema no es tanto colectivo como individual, y a ello se afanan, a resolver lo suyo. Luego hay un factor ideológico y hasta estético. Por muy mal que le vayan a uno las cosas cuesta identificarse izquierda desnortada de altísimo nivel perrofláutico. No queremos cambiar el mundo, queremos un empleo. Y punto.

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