Hace unos meses, cuando la banda de Montoro andaba metida en los presupuestos de este año, algunos, pocos, dijimos que aquello era papel mojado desde el primer día. Nos llamaron de todo, claro. Que si cenizos, que si pesimistas, que si nuestro odio al sorayaje nos cegaba, que si por nuestra culpa iba a volver la Pesoe… en fin, no continuo porque si lo hago me piro del país hoy mismo. Al final ha pasado lo que tenía que pasar, lo que decíamos era verdad y el Gobierno mentía.
Montoro y su banda cuadraron el presupuesto –es un decir– partiendo de que la economía nacional decrecería este año un 0,5%. Una estimación típicamente zapaterista y encaminada a sostener el disparate presupuestario que nos terminaron atizando ad maiorem sorayae gloriam. Cometieron el crimen a pesar de que se les advirtió de lo contrario, y no los ultraliberales de siempre, sino todos los organismos nacionales e internacionales con competencia en la materia, empezando por el FMI y terminando por la comisión europea.
Montoro, como era de esperar, se lo pasó por el arco del triunfo. Él, en su infinita soberbia de politicastro, en su insensatez suicida, siguió a lo suyo. Necesitaba comprometer un gasto inmenso y, para que el déficit saliese como tenía que salir, sólo necesitaba inflar los presuntos ingresos. Vamos, la contabilidad creativa de toda la vida por la que tantos directivos de empresa han sido cesados fulminantemente. Pero Montoro sabe que a él las diez toneladas de papel mojado que ha echado sobre nuestra espalda desnuda le van a salir gratis. Él es ministro de la Corona, de Hacienda nada menos, puede hacer lo que le venga en gana y, de hecho, hace lo que le viene en gana. Lo próximo que le vendrá en gana será subir más los impuestos. Tome nota de la fecha de hoy y recuerde que no soy pitoniso.
La cuestión ahora no es tanto ventilar responsabilidades, que esas no se ventilarán jamás porque estos gobiernan como un señor feudal, sino intuir lo que nos espera. Cabalgando sobre la mentira, el Gobierno se agarra al clavo ardiendo de una recuperación milagrosa dizque psicomágica que llegará, Dios mediante, a finales de este año o, en el peor de los escenarios, a principios del próximo. ¿Qué pasará si al final no sucede nada y dentro de diez meses estamos como ahora o peor? No pasará nada, se lo aseguro, aquí aguantamos carros, carretas y que Hacienda nos obligue a pagar por facturas no cobradas.
Los rajoyes, que parecían tontos, han demostrado una habilidad extraordinaria para domesticar a la prensa y anestesiar a su electorado, al que atontan con la amenaza de una izquierda aperroflautada y callejera. O nosotros o el caos vienen a decir, o nuestra mentira o sus excesos, como si lo de Montoro con su asfixiante presión fiscal no fuese ya un exceso intolerable. El previsible radicalismo de la izquierda no oculta el desastre de esta derecha gallardona y arriolí, anamatesca y margallina que está dejando el país hecho unos zorros. O nosotros o el caos. Casi que me quedo con el caos, pero me da que también son ellos.
¿Hay alternativa?
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