Las grandes noticias globales, los
noticiones, tienen un curioso efecto en la opinión pública. De tanto oír hablar
de un monotema durante días y días, todos nos creemos especialistas en el
asunto y vamos dando por ahí conferencias improvisadas. Este mes de marzo nos
ha regalado dos de esas historias tan faltas de padres como sobradas de hijos.
La primera fue la muerte, esperadísima, por cierto, de Hugo Chávez. En un abrir
y cerrar de ojos España se llenó de venezuelólogos, chavólogos, madurólogos y
hasta peritos en conservación y embalsamamiento de cadáveres.
Los chavistas y antichavistas de
la madre patria nos hemos hecho cruces, hemos vociferado, hemos meneado los
brazos hasta hartarnos y, quevedianos de nacimiento como somos, hasta nos hemos
inventado un verbo delicioso: “venezuelizar”, cuyo significado oscila entre lo
perfecto y lo abyecto. Unos advierten pesarosos de la venezuelización de España
mientras los otros la desean fervientemente.
Algo similar sucedió una semana
más tarde con la elección del nuevo Papa. Luego dirán los sociólogos que somos
un país laico y descreído, pero lo del cónclave aquí se ha vivido con más
emoción que en la plaza de San Pedro. Emoción encontrada como no podía ser
menos. Los unos con la rodilla en tierra, los otros con el grito en el cielo.
De natural no nos enteramos de lo que pasa en el Vaticano porque pasan pocas
cosas, y las que pasan son aburridas. Pero, ay, un Papa nuevo, eso son palabras
mayores. El menos enterado se sabía al dedillo la lista de los diez papables
con más posibilidades y pontificaba a placer con las amistades. Que si el nuevo
Papa tiene que ser joven, que si tiene que ser hispano, que si tiene que hacer
una reforma en profundidad de la Curia. Sí, de la Curia. Nadie sabe lo que es
la Curia ni para lo que sirve, pero hay que reformarla, y en profundidad, nada
menos.
Luego pasó que el colegio
cardenalicio hizo lo que tenía que hacer y eligió como Papa a un argentino
desconocido con cara de párroco de pueblo. Joven no es, hispano sí y ya veremos
si reforma o no la Curia. Entretanto, no haríamos mal en informarnos de que va
eso de la Curia y, una vez lo tengamos claro, podemos sugerir la reforma que
creamos más adecuada. Eso sí, a través de conducto habilitado a tal efecto, que
no es otro que la Nunciatura Apostólica de la Santa Sede, sita en Madrid. A lo
mejor hasta nos escuchan, que los curas son gente habituada a aguantar todo
tipo de impertinencias.
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