Faltan poco más de veinte días para las elecciones, las segundas en los últimos seis meses, aunque bien podrían convertirse en las primeras de los próximos seis. No, no es que me ponga tremendo, es que todo nos lleva a pensar que el empate decembrino se mantendrá este mes. Lo que si podrían variar son las consecuencias, pero todavía es pronto para hablar de ellas. El hecho innegable es que si promediamos las encuestas publicadas hasta la fecha nos encontramos con el nada tranquilizador dato de que los equilibrios parlamentarios son exactamente los mismos.
Así, fiándonos de lo publicado, tendríamos a un PP ganador con un 25%-30% de los votos, lo que le reportaría entre 120 y 125 escaños en la cámara baja. El PSOE, por su parte, bajaría, pero casi en la misma medida en que sube la coalición entre Podemos e Izquierda Unida. Entre ambos sumarían aproximadamente un 40%-45% de los votos. Por último, Ciudadanos sigue como estaba, en torno al 15% de los sufragios y unos 40 escaños. Podría argüirse que las encuestas no sirven de nada, que siempre mienten y que están cocinadas para beneficiar a unos y perjudicar a otros. Y en parte eso es cierto, pero si tomamos las que se hicieron antes del 20-D y promediamos sus pronósticos nos encontramos con un retrato bastante similar al de las urnas.
No es una interpretación, es un hecho. Las encuestas publicadas en el último trimestre de 2015 daban al PP de promedio entre 120 y 125 escaños (obtuvo 123), al PSOE entre 85 y 95 (obtuvo 90), a Podemos entre 60 y 70 (obtuvo 69) y a Ciudadanos entre 35 y 45 (obtuvo 40). Luego solo nos queda concluir que las encuestas, al menos las promediadas, sí que aciertan. En el caso de los dos grandes partidos de un modo asombroso ya que ambos pescan en caladeros de voto bien consolidados. También podríamos concluir que las encuestas mienten pero solo tomadas de una en una. En el momento en que las juntamos los excesos se compensan y anulan mutuamente.
Haciendo el mismo ejercicio para el próximo 26-J el panorama que nos dibuja la demoscopia electoral es el siguiente: el PP obtendría de 120 a 125 escaños, Podemos de 80 a 85, PSOE de 75 a 80 y Ciudadanos de 35 a 40. Las horquillas, como puede comprobarse, no son muy anchas por lo que si hiciésemos apuestas no habría mucho espacio donde apostar sobre seguro y ganar dinero.
Claro, que esto trasladado a la gobernabilidad del país no nos dice gran cosa. Al final todo depende de los bloques que vayan a conformarse. Si, como quiere Podemos, se crean dos grupos enfrentados –dos partidos si queremos llamarlo así–, uno a la derecha capitaneado por el PP y otro a la izquierda acaudillado por ellos mismos todo dependerá de unos pocos escaños, quizá tan pocos que haya que contarlos con los dedos de una mano. El PP, por su parte, ha descontado ya el hecho de que Ciudadanos no va a captar más votos de los que ya tiene, y si los capta se diluirán en el magma de la ley D’Hondt, que castiga con dureza al que queda cuarto. Aquí tendríamos otro caso de compensación. Lo que gana el PP gracias a los sesgos del sistema electoral lo pierde Ciudadanos. A Rajoy, por lo tanto, no le queda otra que aventurarse en una alianza “constitucionalista” a tres: ellos, el PSOE y Ciudadanos.
En ese escenario Podemos quedaría reducido a la inoperancia con su recrecida representación parlamentaria, porque 85 escaños son muchos o no son nada en función de los que les sumes hasta llegar a las inmediaciones de la mayoría absoluta. En el otro, el que tendría que ir preparándose para una dolorosa e inesperada travesía por el desierto es el PP, que, después de haber quemado alocadamente todos los barcos de la flota, vería como la nao capitana se hunde sin remedio.
La incertidumbre es total, pero algo si se atisba. Como al final todo dependerá de quien consiga fraguar una alianza que le franquee las puertas de la investidura, las probabilidades de que sea Rajoy quien la forje son remotas. El PP tiene el enemigo en casa. Todos lo saben porque el desenlace está a la vista, pero nadie se atreve a hacer nada. Esperan el milagro. Una vez más.
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