Hoy hemos sabido que el paro creció el mes pasado en 80.000 personas. En el último año la economía ha cosechado casi medio millón de nuevos desempleados y todos los españoles, a excepción quizá de Marhuenda, que va a lo suyo, tenemos la certeza de que el próximo mes volverá a subir, y el próximo, y al siguiente, y al otro, y así hasta que no quede nadie trabajando en todo el país a excepción de los funcionarios, los políticos y los liberados sindicales.
Las cifras de paro son ya tan rutinarias que no constituyen ni noticia. En los digitales nos limitamos a llevarlo de un modo telegráfico, casi de agencia. Por experiencia sé que nadie entra a ver la noticia, leen el titular y eso les basta, a lo más, los que entran se lían a discutir en los comentarios. El personal se ha resignado al derrumbe. Todos sabemos que, a estas alturas, nos encontramos en caída libre y esperando tocar suelo cuanto antes en forma de batacazo mortal.
Hace cosa de un año, cuando el zapaterato se acercaba a su fin, todos señalábamos con el dedo al Gobierno como responsable principal del hundimiento. El asunto estaba claro: la culpa era enteramente suya. Primero por negar la crisis y luego por hacer justo lo contrario de lo que debería haberse hecho. En aquel momento se decía que estábamos al borde del precipicio y que sólo un tío que los tuviese bien puestos al frente del Gobierno podría salvarnos.
Muchos quisieron ver en Rajoy a ese salvador. Por eso le votaron en masa los suyos y dejaron de votar a Rubalcaba los que no lo eran. De eso hace casi un año. La situación es peor que nunca. A todo lo malo del zapaterismo le han sumado un sistema fiscal propio de la Alemania del este y un sinfín de chulerías sorayescas y montorinas que no hay quien aguante. Ahora sólo nos queda preguntarnos: ¿quién es el responsable del desastre?
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