Hagamos un repaso de los acontecimientos de la semana pasada en Madrid. Martes 25 de septiembre, una plataforma conocida como Coordinadora 25S convoca una manifestación en la plaza de Neptuno y alrededores con la idea de “rodear” el Congreso de los Diputados que, aquel día y a aquella hora, se encontraba reunido en sesión plenaria. La primera idea de los convocantes no era rodear el Congreso, sino ocuparlo, pero, al parecer, a la Audiencia Nacional no le sentó bien lo de “ocupar” la sede parlamentaria con los diputados dentro y los organizadores cambiaron de verbo a toda leche (menudos revolucionarios de opereta).
La manifestación con el nombre cambiado se produjo finalmente. No acudió mucha gente (al menos para los parámetros manifestacioniles de Madrid), pero si la suficiente para llenar la plaza de Neptuno. En esa plaza caben, aproximadamente y apiñándose lo justo, unas 10.000 personas. El momento álgido, el minuto de oro de audiencia, se produjo al anochecer, que es cuando la policía cargó, pero eso ya lo veremos más adelante. Horas antes, a eso de las tres de la tarde, me personé en el lugar de los hechos. Di un garbeo por la zona, tomé un café en el Starbucks del Palace (petado de los así llamados “antisistema” por cierto) y comenté por Twitter lo que estaba viendo.
A las 15:45 subí lo siguiente desde la Blackberry:
No, caballeros, no soy profeta, soy perroflautólogo que, para este menester, es algo mucho más útil. Con el panorama que se veía a esa hora, ya se intuía lo que iba a suceder cinco horas después.
El 15-M, empalmando fracasos
Porque, se pongan ahora como se pongan, lo del 25S fue un completo fracaso de público, mayor incluso que el del 15M de este año, cuando los mismos que convocaban la “toma” del Congreso trataron sin éxito de reanimar el movimiento 15M en la misma Puerta del Sol. De esto hace ya unos meses y nadie se acuerda, pero el 15 de mayo hubo una concentración en Sol que pronto devino botellón y terminó a altas horas de la madrugada, con cuatro gatos medio mamados que la policía sacó a empujones de la plaza.
La Puerta del Sol no pudo vivir una segunda primavera perrofláutica por falta de público. Es jodido de reconocer para ellos pero es así. De hecho, llevan fracasando una y otra vez desde hace más de un año, desde junio de 2011, cuando en la acampada quedaban ya solo los radicales montando asambleas menguantes y el lugar se parecía cada día más a Las Barranquillas (un poblado chabolista de Madrid). Intentaron montarla en octubre… y fracasaron. Aquella ocasión nos dejó como recuerdo imborrable a un chamán con chistera y chalequillo Bob Dylan encaramado encima de un ascensor del Metro haciendo un extraño conjuro mediante el cual extendió por toda la plaza un “escudo antimercados” (sic).
Luego llegó el frío, las elecciones y las Navidades. Regresaron a sus cuarteles de invierno, es decir, a las casas okupadas donde hacían sus pancartas (Casablanca, Patio Maravillas, La Tabakalera…ect) a hacer el chorra, que eso se les da de puta madre, y a preparar la revolución, aplazada ahora a 2012. En febrero trataron de liarla bajo tierra con lo del “yo no pago”, que se saldó con un par de porrazos en el vestíbulo de la estación de Callao y varios al furgón. Resumiendo, la historia del movimiento 15M puede relatarse por fracasos.
Perroflautas, yayoflautas y mochileros
Pero volvamos a Neptuno el pasado martes. Aparte del fracaso, lo que horas antes ya se podía adivinar es que eso iba a terminar en una ensalada de palos. Había tan poca gente que, sin cargas, la manifestación hubiese pasado desapercibida en la prensa. Al día siguiente los periódicos no le hubieran dado más que una nota breve en la sección local y las teles hubiesen pasado de puntillas sobre el tema. Eso por un lado, por otro, no había más que ver la composición de los manifestantes.
A grandes rasgos, la manifa estaba formada por los siguientes grupos. Una mayoría de 15-emeros puros, tipos pacíficos con su rollito medio hippy medio gafapasta, fumándose sus canutillos y coreando algún que otro mantra ya pasado de fecha como el “no nos representan”, que, en su momento, fue lo más de lo más. Si por esa mayoría fuese, la cosa hubiera quedado en nada, a las 10 de la noche habría terminado pacificamente dejando como única herencia una alfombra de latas de Mahou clásica.
Junto a esta mayoría había un grupo numeroso de gente mayor de 55 años, tipos barrigudos con su pelo blanco, como recién salidos de la sede de IU. Gente que se cree todo eso de la revolución y que, aunque ahora trabajen de funcionarios o liberados sindicales, siguen pensando que un mundo mejor es posible. Estos tampoco son violentos. Muchos están jubilados y enredar por la calle les entretiene y les da sentido a su vida. Tampoco tiene nada de malo. Salen de casa con su bandera republicana y su chaleco de los yayoflautas, pegan unos gritos y luego se van a la cama tan felices.
El último gran colectivo (al perroflautaje le encanta esta palabra, que suelen pronunciar “colehztivo” con el deje maki-indocumentado que caracteriza a la izquierda madrileña) eran los que iban a liarla pasase lo que pasase. A las 4 de la tarde ya se les veía por allí merodeando. Son gente joven muy radicalizada, grandes odiadores ideológicos perfectamente reconocibles por el atuendo. Aunque el pantalón oficial del perroflauta es el cagado, los que quieren pegarse con la policía se decantan por el pitillo, que es más cómodo para las carreras y no se engancha con nada. Otra característica es la capucha y la braga con las que se embozan para no ser reconocidos por las cámaras. Algo similar sucede con el calzado. El perroflauta canónico lleva siempre unas buenas babuchas, algo étnico y molón que combinan muy bien con el pantalón cagué y la rasta. El que la arma en las manifas las evita y se calza unas Nike. Si ves a un grupo de tíos con pantalones pitillo, capuchas, zapatillas deportivas y bragas en el cuello síguelos porque habrá follón.
Aparte de la vestimenta, los que buscan conflicto suelen ir bien pertrechados para fajarse con la policía. Ir pertrechados no significa llevar navajas, que de nada sirven contra un antidisturbios, sino escudos, botellas y objetos contundentes para arrojar desde lejos. Y otra cosa, la mochila llena hasta reventar es uno de los indicadores más fiables para detectar a los busca broncas. Dios sabe lo que llevarán en esas mochilas. El número de su abogado no desde luego, ese se lo escriben a boli en la mano por si les detienen, ya que, una vez en comisaría, tienes que saberte de memoria el nombre, los dos apellidos y el teléfono del abogado en cuestión.
Tres días de "lutxa", tres fracasos de público
Todo esto ya se veía a las cuatro de la tarde, cuando preparaban la gran jornada de “lutxa” tirados en el bulevar del paseo del Prado, justo enfrente del museo. Luego pasó lo que tenía que pasar. Buscaron lío y lo encontraron. Era exactamente lo que querían. Así, una manifestación que debió pasar sin pena ni gloria terminó en la portada del New York Times.
Al día siguiente se produjo una nueva concentración, pero esta vez los violentos no pudieron obrar a sus anchas y se quedó en nada. Tres días después, el 29S, esto es, ayer mismo, hubo otra manifestación en el mismo sitio. Resultado: un nuevo fracaso. A última hora los de la mochila trataron en vano de animar la fiesta, pero ya era tarde, quedaba poca gente y la policía los vio venir a tiempo. Hubo hasta un enfrentamiento verbal entre los propios manifestantes a causa del uso de la violencia. Entiendo a ambos. Los unos, los del pantalón cagué, saben que, tinéndolo todo de palos y victimismo, coparán las portadas pero, a cambio, alejarán a la gente normal del movimiento. A los otros, a los mochileros, les han convencido sus maestrillos de que la revolución es violenta por definición y de que el Estado burgués sólo se rinde cuando se le golpea una y otra vez.
En ese debate creo que andan ahora. No hay más que leer sus cuentas de Twitter o visitar sus foros. Lo que no debaten es la más cruda de las realidades: el hecho de que son cuatro gatos. La gente joven no quiere revolución ni montar aquí un régimen bolivariano que termine de arruinar el país. Lo que los jóvenes quieren es empleo y oportunidades, expectativas económicas para poder planificar su vida y vivirla tranquilamente. Ni los del 15M, ni los del 25S ofrecen ninguna de las dos cosas, por eso seguirán cosechando frustraciones callejeras vestidas, eso si, de mucha épica revolucionaria.
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