Cuentan que un reconocido profesor de economía de la universidad norteamericana de Texas Tech alegó que él nunca había suspendido a uno de sus estudiantes pero que, en una ocasión, tuvo que suspender a un curso entero. Cuentan que esa clase le insistió que el socialismo sí funcionaba, que, en ese sistema, no existían ni pobres ni ricos, sino una total igualdad entre todos. El profesor le propuso a sus alumnos hacer un experimento en clase sobre el socialismo: todas las notas iban a ser promediadas y a todos los estudiantes se les asignaría la misma nota, de forma que nadie sería suspendido y nadie sacaría un sobresaliente.
Después del primer examen, las notas fueron promediadas y todos los estudiantes sacaron notable. Los estudiantes que se habían preparado muy bien estaban molestos y los estudiantes que estudiaron poco estaban contentos. Pero, cuando presentaron el segundo examen, los estudiantes que estudiaron poco estudiaron aún menos, y los estudiantes que habían estudiado duro decidieron no trabajar tan duro ya que no iban a lograr obtener un sobresaliente; y, así, también estudiaron menos. ¡El promedio del segundo examen fue suficiente! Y nadie estuvo contento. Unos, los estudiosos, porque esperaban un notable, los otros, los vagos, porque creían merecer un notable.
Cuando se llevó a cabo el tercer examen, toda la clase sacó insuficiente. Todos los alumnos fueron suspendidos. A partir de ahí las notas nunca mejoraron. Los estudiantes empezaron a pelearse entre si, culpándose unos a los otros por las malas notas, hasta llegar a insultos y resentimientos mutuos, ya que ninguno estaba dispuesto a estudiar para que se beneficiara otro que no lo hacía. Para asombro de toda la clase, todos perdieron el año cuando su intención era que todos lo aprobasen.
Al final del curso el profesor les preguntó si ahora entendían la razón del gran fracaso del socialismo. Es sencillo. Simplemente se debe a que el ser humano solo está dispuesto a sacrificarse trabajando duro cuando la recompensa es atractiva y justifica el esfuerzo, pero cuando el gobierno quita ese incentivo, nadie va a hacer el sacrificio necesario para lograr la excelencia. Finalmente, el fracaso será general.
Y esto nos lleva al célebre pensamiento de Adrian Rogers:
Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo... El gobierno no puede entregar nada a alguien, si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona. Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso... mi querido amigo... es el fin de cualquier Nación. "No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola"
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