Ha querido el destino que un gigante, Jean François Revel, y un enano, Kenneth Galbraith, mueran el mismo día. Al primero no le puedo mostrar más que agradecimiento por su obra entera y por la defensa de la Libertad a la que se consagró con un entusiasmo admirable. Del segundo poco puedo decir, que era un funcionario mediocre, un pensador mediocre y un economista mediocre que dedicó su vida a adorar al Leviatán estatal. A Revel lo leímos con fruición y entrega, a Galbraith no le leyó nadie, los bienpensantes compraban sus libros para decorar la estantería y dárselas de cultos, nada más.
Pero hay más, Revel criticó el poder, Galbraith lo ejerció desde su juventud más temprana, cuando fungía de no se sabe bien qué en el gabinete Roosevelt, viviendo a cuenta de los ciudadanos y diciéndoles lo que tenían que hacer. Galbraith no se merece ni un obituario, a lo más un recuerdo, pero malo. Dentro de 10, 20 ó 30 años Revel seguirá siendo un referente y sus libros una guía imprescindible. De Galbraith nadie se acordará, de eso estoy seguro.
A Galbraith nunca le conocí, si lo hubiese hecho no me hubiera arrugado en decirle lo que le dije a Paul Preston en cierta ocasión:
- Señor Preston , ¿cuál de sus libros miente más?, lo digo para comprármelo, me va la comedia del arte.
A Revel le estreché la mano una vez, hace ahora dos años, cuando vino a España con motivo de un acto de la Fundación Iberoamérica Europa, la de Vargas Llosa. Parecerá una tontería, pero para mí fue algo especialmente emotivo. Después de leer todo lo que había publicado fue toda una experiencia mirar a los ojos del que lo había escrito. Ayer, cuando me enteré de su muerte, lo volví a recordar. Era irrepetible, el último de su especie, el último francés libre. Francia pierde mucho con su desaparición, la causa de la libertad más.
¡Salud, Maestro!
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