Que los líderes parlamentarios no iban a alcanzar un pacto es algo que todos ya sabíamos hace más de dos meses, cuando se apagaron las luces del Congreso tras la segunda y tensa sesión de la no-investidura de Pedro Sánchez. Estábamos aún en febrero, pero las posiciones eran tan firmes por parte de cada uno de los partidos que el que más y el que menos sospechaba con fundamento que los siguientes dos meses iban a ser un paseíllo de vanidades y acusaciones mutuas. Y así ha sido. Marzo y abril se han consumido en la nada, en una absurda espera para convocar una segunda vuelta que, menos Sánchez y su claque, todos desean.
De segunda vuelta se viene hablando desde Navidades. Tan pronto como advertimos que los resultados no dejaban ningún camino fácil, se empezó a demandar este partido de desempate. Y ojala lo fuese porque a él solo concurrirían los dos más votados y el voto de los demás se reagruparía en torno a estos dos candidatos. Para eso precisamente sirven las segundas vueltas. Pero España no es una república presidencialista aunque a veces lo parezca, España es una monarquía parlamentaria. Es la cámara quien elige al primer ministro y no los españoles mediante el voto directo. Así que de desempate nada de nada. Podría suceder que en la madrugada del 27 de junio nos encontrásemos como estamos pero seis meses más viejos.
¿Queda otra opción? A mi juicio no, de hecho tendrían que haberse convocado las elecciones hace un par de meses según finalizó el fiasco pedrosanchino. Ese tiempo que nos hubiésemos ahorrado. En aquel momento todos los factores que ahora apuntan los analistas como causas del fracaso ya estaban sobre la mesa. La aritmética electoral era la misma. No había posibilidad de Gobierno en solitario y los acuerdos bipartitos no daban. Los tripartitos eran complicados y, no digamos ya, el frente popular heptapartito que Pablo Iglesias le pidió a los Reyes Magos pero que nunca le trajeron.
Se sabía también que los dos principales candidatos se vetaban mutuamente, lo que imposibilitaba de raíz la gran coalición a la alemana. Eso de la grosse koalition nos puede parecer un espanto y podemos cargar de negatividad la idea por lo que ya sabemos, pero, a fin de cuentas, los programas de PP y PSOE se parecen mucho, tanto que si les quitamos la portada y el membrete nos costaría distinguirlos. Si ponemos al lado el de Ciudadanos pasaría algo similar. No es nada extraño, en España hoy por hoy hay dos grandes partidos: el de los que quieren mantener la Constitución del 78 y el sistema político que alumbró y el de los que quieren cepillársela.
De ahí que los programas de Podemos e Izquierda Unida sean como dos gotas de agua: populismo tercermundista, republicanismo de baratillo, “derechos” sociales a punta pala financiados con impresora e inflación, mucha pose y todo el poder para los que cuentan los votos. Hay dos pactos naturales que esta vez no se han dado porque no han querido que se diesen. Por un lado Rajoy, empeñado en ignorar el batacazo de su partido, embutido en un contumaz tancredismo, ha cerrado todas las vías que no pasasen por perpetuar el sorayo-montorismo cuatro años más. Por otro Pedro Sánchez, un hombre sin principios, sin ideas y sin cabeza, dispuesto a cualquier cosa con tal de ser investido presidente, aunque fuera solo por un día. Por último, Pablo Iglesias ha querido asaltar de matute el Palacio de Invierno sin acorazado Aurora mientras sus bolcheviques hambrientos y locos por apoderarse del botín se lían a palos entre ellos.
En este plan lo normal es que nos encontremos así y la repetición de elecciones sea ya una urgencia que deberíamos haber despachado antes. Nada nos garantiza que en julio no estemos ante el mismo panorama, podría incluso darse el caso –si los votantes así lo deciden– de que tuviésemos que enfrentar una tercera convocatoria electoral antes de fin de año. Es poco probable aunque posible. Todo depende de que se muevan unos cuantos escaños en un sentido u otro. De eso y de que el PSOE resuelva su problema de identidad. Ha llegado el momento de que decida si quiere ser el SPD de Willy Brandt o el de Otto Grotewohl. El primero contribuyó al milagro económico, social, cultural y político de la Alemania libre. El segundo se entregó voluntario a los comisarios soviéticos y ayudó entusiasta a encadenar a los alemanes del este en una larga noche comunista que se demoró durante cuarenta años. De ellos depende. Nunca antes sobre los fatigados hombros del PSOE había caído tanta responsabilidad. No se yo si estarán a la altura.
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