miércoles, 16 de marzo de 2016

La Podemocrisis

Muchos no se lo creen, me consta. Se les veía tan bien cohesionados, tan coleguis andando al modo cowboy por los pasillos del Congreso, tan amorosos en los mítines, tan enrollados así en general que el cese fulminante ayer de Sergio Pascual, secretario de organización del partido en Madrid, ha cogido a muchos tan de sopetón que hoy se les veía desencajados en las tertulias de la mañana. Otros andaban felices como lombrices regodeándose en la desgracia ajena, pero sin saber muy bien por qué. Lo de Podemos, sin embargo, estaba cantado. Era una cuestión de tiempo que empezasen la tortas. Los de dentro sabían que era una olla a presión, quizá de ahí las urgencias de sus mandamases por llegar al poder cuanto antes. Ya se sabe que el poder todo lo puede, y con lo que no puede lo dulcifica. Bajo presión se piensa muy mal, y esa tal vez es la causa última del patinazo que dieron hace mes y pico cuando, a traición y con nocturnidad, le hicieron el Gobierno a Pedro Sánchez mientras éste despachaba con el Rey en el Palacio de la Zarzuela.

El tema es que Podemos no es propiamente un partido, o no al menos un partido tal y como lo entendemos. Es un movimiento. Esto es algo que he repetido en infinidad de ocasiones. Podemos es el curso final y brevísimo de muchas corrientes que se han ido juntando al olorcito del poder. Hicieron bien, porque, seamos sinceros, la extrema izquierda en España jamás se comió un colín. Ruido siempre armaron mucho, pero a la hora de la verdad tenían que conformarse con migajas. No iban a encontrarse en una igual y si París merecía una misa, Madrid ha merecido que el perroflauterío de toda la piel de toro aparcase sus diferencias para llegar a la poltrona o, como mínimo, para acercarse a ella.

Como un no-partido que es, su liderazgo es débil y múltiple. Pablo Iglesias reina sí, gracias, entre otras cosas a su ubicuidad mediática, pero solo gobierna a medias y forzando la máquina las más de las veces con golpes de efecto. Es una especie de Primus Inter Pares como aquellos reyes medievales de la Corona de Aragón que mandaban menos que un Guardia Civil en el Rocío. Muestras de esto que digo sobran. Ahí tenemos a Ada Colau haciendo de su capa un sayo con sus diputados o a los de Compromís, que un mes después de las elecciones se fueron con los escaños en la mano dejando al núcleo irradiador con un palmo de narices. En unas nuevas elecciones cabría la posibilidad de que catalanes, gallegos y valencianos se presentasen por su cuenta. Al fin y al cabo ya han testado el mercado, saben que hay gente dispuesta a votarles y, como he dicho en más de una ocasión, el poder no se comparte a no ser que no quede otro remedio.

La regional es una de las fracturas que, a día de hoy, están abiertas y no creo que vayan a cerrarse así como así. Pero no es la única. Podemos se enfrenta en su parte nuclear (perdón por abusar del término pero es como muy podemita y viene al pelo) a un problema de concepción. Hoy no es un partido, vale, pero, de llegar a serlo, ¿como tendría que ser? Esa cuestión, baladí para simples mortales como nosotros, es un asunto de primera magnitud para los militantes de Podemos, que se ven ya a diez centímetros de la utopía y quieren saber cómo van a gestionarla. Y aquí es donde aparece el problema. A grandes rasgos hay dos tendencias dentro del núcleo (perdón de nuevo). Por un lado está la vía monederil, que se resumiría en un asamblearismo rupturista acorde con los orígenes del movimiento. Así es como nació y así debería ser en el futuro. Es el Podemos quincemayista que todavía hoy muchos analistas dan por bueno. La filosofía es sencilla. Abajo las células, los soviets, los círculos o como queráis llamarlos, y justo por encima el consejo ciudadano, es decir, el soviet supremo encargado de tutelar a los círculos y guiarlos por la recta vía.

Las ventajas de esta organización soviética eran muchas. Era un disfraz perfecto. ¿Quién con inquietudes sociales, con ganas de regenerar el país y harto de la desvergüenza de los políticos no se iba a apuntar al círculo de su barrio o de su pueblo? Los círculos eran una herramienta transversalizadora (me he dejado poseer durante unos segundos por el espíritu errejonita), vamos, que se engañaba muy bien con ellos a los incautos y a los idealistas. Eso les permitió capturar mucho voto tontiprogre tanto en las europeas de 2014 como en las municipales y generales del año pasado. El problema es que esta organización puede devenir ingobernable con facilidad. Por no hablar de que si estás todo el día predicando horizontalidad tienes que practicarla, aunque solo sea un poquito. En la política real, la de verdad no la de los manifiestos y los motines callejeros, la horizontalidad la carga el diablo. Bien que lo saben los que alguna vez se han entregado a ella.

En el otro lado está el errejonian way, que así, resumiéndolo mucho, es un zapaterismo revisado, corregido y aumentado. ¿O pensabais que este tío es tan cursi por casualidad? Errejón, fiel a los planteamientos teóricos de Ernesto Laclau, un politólogo argentino hiperpeñazo, busca la hegemonía. Y, claro, la hegemonía no se consigue en diez minutos ni se alcanza sometiéndolo todo a una barahúnda de círculos poblados por tipos echados al monte y, por lo general, indocumentados. Errejón busca reeditar el éxito de Syriza en Grecia. A Tsipras le costó varios años y tres elecciones llegar al poder. Antes de eso tuvo que ir cortando la hierba bajo los pies del PASOK hasta rematar la calva y ponerse en su lugar. Eso implica cálculo a largo plazo, algo de sentido común y adoptar los modos y maneras melosones de la socialdemocracia. Errejón, de hecho, es el podemita que más gusta a las suegras y a todos los votantes progres de Podemos, gente ideológicamente templada que cree o quiere creer que Iglesias y Errejón son la reedición del Felipe González y el Alfonso Guerra de 1982.

Pero hay una tercera derivada. Cuando Podemos nació hace ahora dos años hubo un partido que se metió en el ajo desde el primer minuto. Se trata de Izquierda Anticapitalista (IA), un partido "marxista y revolucionario" (sic), desgajado de Izquierda Unida hace ocho años. Los de IA son lo que dice su nombre y están a medio camino entre el podemismo primitivo y el errejonian way. Quieren ruptura, pero que ésta venga dirigida por una vanguardia de revolucionarios profesionales. Un esquema, por lo demás, muy tradicional y, para qué engañarnos, algo viejuno. Yo cuando veo en las manifas a estos anticapitalistas ir de modernos me quedo estupefacto, porque hasta en la pose son calcados no ya a nuestros abuelos, sino a nuestros bisabuelos de los años 20.

Por último hay factores personales, que, aunque parezca que son intrascendentes, tienen más importancia de la que se cree. La política es un nido de víboras, transforma a las personas, las envilece, las convierte en hienas. No hay más que ver como funcionan en el día a día. A todas horas pegados al móvil, acuchillándose entre ellos (entre los del mismo partido quiero decir) a plena luz del día por simples nimiedades. La cercanía del poder es como la del anillo único de Tolkien, pervierte a todo el que se aproxima a él. En Podemos está el agravante de que son jóvenes, demasiado jóvenes, y que en muchos casos están liados entre ellos, lo cual complica aún más las cosas y las hace absolutamente imprevisibles. El despecho es mucho más poderoso que las ideas. Ahí lo dejo. Elaborad vosotros el resto, que tontos no sois y sabéis de la vida tanto o más que yo.

En La Contracrónica de hoy trato largo, tendido y con música (buena, claro) el tema. Aquí la tenéis. For your listening pleasure.

 


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