La Nochebuena aquí más que el fin marca el principio. Para los niños el principio de un calvario que acabará el día 6 por la mañana. Lo de Papá Noel es un aperitivo de hiel, un detallito que sabe a nada pero promete mucho. Promete que el día de Reyes nos pondremos las botas a conciencia. Siempre pensé que esto era una crueldad indecente. Si se trata de regalar, lo suyo es que se haga cuanto antes, así da tiempo para disfrutar de los regalos. Pero no se trata de eso, sino de diferir el placer para aumentarlo. No me niegue que no hay cosa mejor que un día de Reyes. Tanto se han hecho desear los malditos que su llegada la revestimos de piñata repleta de dulces después de esperar toda la fiesta para romperla.
Este aplazamiento de lo bueno, algo tradicional que hunde sus raíces en lo más hondo de la cultura hispana, choca con la tendencia actual hacia lo contrario: hacia la satisfacción inmediata de los placeres. Una parte nada desdeñable de nuestros problemas viene precisamente de ahí, de la manía de obtener lo que queremos en el acto, sin tener tiempo apenas de desearlo suficiente. Eso nos lleva a pedir prestado y pedir prestado a deudas cada vez más inasumibles. La austeridad, en definitiva, no sólo es buena, sino que, a la larga, nos hace más felices. Esperar casi dos semanas a que vengan los Reyes puede parecernos duro, que lo es, pero a cambio los recibimos con mucha más alegría. Lo mismo para un móvil, un ordenador o cualquiera de las muchas golosinas que diariamente se nos antojan. Hágame caso, retrase el placer, compre lo que de verdad desea y lo que puede pagar.
Un país ahorrador se evita muchas crisis, casi estoy por decir que se las ahorra todas excepción hecha de las invasiones extraterrestres y otras krugmanadas que lo mismo afectan a derrochones y previsores. La invasión extraterrestre no va a llegar, estoy tan seguro de ello que acepto apuestas, así que lo mejor, casi lo único, es volver a ahorrar, esperar de nuevo a que lleguen los Reyes Magos. No se fíe de los que van diciendo que la vida dura cuatro días y que dos ya los hemos vivido. La vida no dura cuatro días, sino unos 30.000 de promedio. Usted dirá si merece o no la pena recordar eso que nos enseñaron de niños y aprender a desear las cosas.
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