jueves, 19 de diciembre de 2013

La consulta

Que la gente vote es siempre bueno. La genuina democracia consiste precisamente en eso. En España, sin embargo, apenas hay referéndums. Así, a bote pronto, yo solo recuerdo dos. El de la OTAN, que se celebró cuando era niño y lo ganó el Gobierno, y del la Constitución europea, que convocó Zapatero ad maiorem politicastri gloria y también lo ganó el Gobierno. En la prehistoria del régimen hubo un par de referéndums más de los que no tengo recuerdo –el de la reforma política y el de la Constitución–, ganados ambos por el Gobierno. Aquí el que manda siempre gana porque juega con ventaja. Pregunta poco, lo hace con trampa y luego pone toda la máquina propagandística a funcionar para salirse con la suya.

Si esto fuera un país verdaderamente libre se nos consultaría más a menudo. El Poder tendría que habernos preguntado, por ejemplo, si queríamos o no la disparatada ley del aborto que Bibi Aído nos metió porque sí. Claro, que si pregunta lo pierde, por eso no lo hizo. Cuando la gente vota se ponen muy cuesta arriba los proyectos de ingeniería social a los que estamos tan acostumbrados por estos pagos. Ídem con las subidas del impuestos, el rescate a las cajas y el endeudamiento masivo de las administraciones públicas. En todos los casos los españoles hubiéramos dicho no. Vale, siempre hay algún anormal que le gustan los impuestos –básicamente porque cree que los van a pagar otros–, pero la mayoría de la gente sabe que son un robo y los aborrece.

Los grandes asuntos los debe decidir el pueblo no la casta gobernante. La monarquía debió someterse a referéndum, y lo mismo el Estado autonómico. La descentralización es buena, fractura, empequeñece y debilita al Poder haciéndolo más manejable para el ciudadano de a pie. Pero no esta que nos encasquetaron Suárez y sus socios hace treinta y pico años aprovechándose del clima de atontolinamiento politicófilo y estatólatra que presidió la Transición. Como no se hizo entonces quizá haya que hacerlo ahora. Quizá sea el momento de celebrar una macro consulta a nivel nacional en la que, región a región, sea la gente común, la que trabaja y paga impuestos, la que decida.

La consulta catalana puede ser un buen punto de partida. Pero, ojo, que los madrileños también queremos decidir. Queremos que se nos pregunte de una maldita vez. Queremos que la autonomía sea real y no una reunión de pastores cuyo objetivo único es servirse de nosotros a modo de cena. Queremos desacoplarnos fiscalmente del resto del país y, con bajos o nulos impuestos, atraer empresas, cuantas más mejor. Queremos que el politiqueo andaluz y extremeño, los sindicatos asturianos y el partido de Gordillo deje de mantener a sus nutridas clientelas a nuestra costa. Queremos que sean los madrileños los que decidan si se puede o no fumar en los restaurantes, si se puede o no levantar centrales nucleares, si se puede o no correr por las autopistas. Queremos, en definitiva, ser independientes. Pero para eso no nos hace falta un Estado, sino un fuero que nos ampare. Que nos lo consulten, por favor.

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