El CIS pertenece al Gobierno y sus datos, para que vamos a engañarnos, no son muy de fiar. Ya se sabe que donde manda politicastro no manda funcioneta. De ahí que sea tan habitual que las siglas CIS vengan acompañadas del verbo maquillar. Lo que el CIS maquilla, se entiende, es la estadística. Lo hacen siempre a favor de quien paga, que es el Gobierno de turno. Hay ciertas cosas, eso sí, que el ni el más habilidoso tanatopractor puede disimular. Una de ellas es las preocupaciones de los españoles, es decir, lo que nos quita el sueño. A partir de aquí, de lo que el CIS denomina barómetro, se puede construir una imagen fiel de los miedos cotidianos que nos acechan. Hace unos años en cabeza solían ir temas como la inmigración o el precio de la vivienda; preocupaciones, en definitiva, propios de un país despreocupado que nada en la abundancia. Hoy, en este quinto año triunfal de lo público, los problemas de los españoles son otros. Son, por orden de importancia, el paro, la corrupción, la crisis económica y los políticos.
No hay que ser un lince para ver que el origen de todos está en la política misma. En España hay tanto desempleo porque los políticos quieren que así sea. Se niegan a hacer una reforma laboral en condiciones que acabe de una vez por todas con los privilegios de los instalados. Tampoco han hecho nada para rebajar el peso de los impuestos, tasas y cotizaciones mil que hacen que crear trabajo sea prohibitivo para las empresas. No quieren ni oír hablar de reducir el tamaño del sector público, un Leviatán que se pule la mitad de la riqueza nacional. La ecuación es simple. Cada funcionario, cada político, cada empleado de una empresa pública tiene un coste directo en el empleo privado. A más gente enchufada al presupuesto menos contribuyentes reales. El problema, y este si que es irresoluble, es que los que tendrían que acabar con esto son los mismos beneficiarios de un sistema que, básicamente, vive de la depredación del productivo. Me temo que tenemos CIS para rato.
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