Esos dos espacios que pertenecían a Gabriela pasaron a mi y yo, para que negarlo, me sentí la persona más afortunada del mundo. Por mi edad y por las peculiaridades de una carrera periodística, la mía, realizada básicamente en la televisión y en diarios digitales, nunca supuse que tendría la oportunidad de escribir una columna semanal en un diario impreso… no digamos ya dos y en la segunda página de un diario nacional, enfrente del mismísimo editorial. Tampoco parecía muy probable que diesen una columna a un liberal de mi especie, un descontrolado que sacude a diestra y a siniestra, que está a mal con los tirios, a muy mal con los troyanos y que simplemente no está con los rajoyes, las sorayas y los montoros, dilectos representantes de un partido al que había votado la mayor parte de lectores de La Gaceta.
Darme una columna frente al editorial era buscarse un lío, por eso agradezco a Esparza, conocido en la redacción como Jotajota, que me hiciese semejante ofrecimiento sin inmutarse y sin advertirme previamente de que como me pasase me la quitaba. De Jotajota tampoco puede decirse que sea liberal, más bien todo lo contrario, así que mi agradecimiento es doble, triple si le sumo la libertad absoluta de la que gocé durante los meses en los que él fue director del periódico.
Lo que no sabía en aquel momento es que al diario le quedaban trece meses de vida. El último número en papel de La Gaceta salió el 26 de diciembre de 2013. Fue algo inesperado, al menos para los que trabajábamos allí. Como era jueves, la última Contracrónica estaba escrita por mi. No sabía que iba a serlo. Mi intención era irme del periódico por las mismas razones que Gabriela Bustelo y de otros tantos que, en los dos últimos años, han tenido que levantar el vuelo, pero no en plena Navidad, sino en algún momento de 2014, cuando la empresa editora liquidase los atrasos. El cierre de la edición de papel acabó con las contracrónicas de una manera abrupta, por eso pensé en recopilarlas todas y ponerlas a disposición de quien quisiese leerlas en Amazon al precio simbólico de un euro. Más barato creo que es imposible.
Durante ese año y poco había dedicado mucho tiempo a las dos contracrónicas semanales. Como lector voraz de columnas desde la adolescencia, no quería limitarme a cubrir el expediente de cualquier manera, mi intención era que estuviesen bien hechas y reflejasen de un modo muy personal lo que estaba pasando a mi alrededor. Quería, además, que estuviesen redactadas a mi manera, con mis palabras y que sirviesen de algo a quienes decidiesen leerlas. Quería, en definitiva, hacer como George Orwell cuando le dieron una columna semanal en el Herald Tribune. Tituló “A mi gusto” la primera de sus colaboraciones y se quedó tan a gusto.
El oficio de columnista ya lo conocía. Antes de enfrentarme con La Contracrónica había escrito regularmente para otras publicaciones, pero todas en formato digital, por lo que tuve que adaptarme. Escribir en papel es algo que, cuando se viene de Internet, irrita bastante. Primero porque no es inmediato, segundo porque hay que respetar un número exacto de caracteres, y tercero porque no hay modo de compartirla por Internet sino es tirándole una foto con el móvil, cosa que tenía que hacer siempre que en la redacción de la edición digital tardaban más de la cuenta en subir la columna. Habría una cuarta razón: la interactividad. Es imposible saber qué piensan los lectores de lo que has escrito a no ser que te envíen una carta para decírtelo. Algunas recibí, la mayor parte muy bien retribuidas con el autor.
Aunque quien me conoce sabe que no me gusta que me feliciten, sino que me critiquen, con insulto o sin él, pero que me critiquen. Para los que no lo soportan es lógico que sueñen con una columna en papel trasladada a la web con los comentarios cerrados o con pasarela de pago mediante. Lo que viene siendo un Ussía. No es mi caso, y eso sí que lo eché en falta. Las maldiciones las recibía con algo de retraso, generalmente por Twitter, cuando en alguna de mis contracrónicas habían tocado los gitanales a alguien. Siempre las agradecía, hay insultadores extraordinarios en España y, de vez en cuando, hasta algunos tenían razón.
A modo de compensación por todos esos inconvenientes, la columna impresa tiene alguna que otra ventaja. La principal es su prestigio. Todavía escribir para medios de papel tiene un plus del que carecen los digitales. Muchos dicen no entenderlo aspaventando los brazos, pero tiene su lógica, su lógica económica. El papel, la tinta y los servicios de impresión y distribución cuestan dinero, alguien tiene que adelantarlo, luego ya se verá si lo recupera o no. En Internet eso no sucede, el coste marginal de una página dentro de un sitio web es cero. La diferencia de costes entre ambos soportes explica que en uno reine la escasez y en otro la abundancia. Y aquí es donde está el famoso prestigio de los periódicos de papel. Al haber pocos se entiende que son mejores y que, por lo tanto, son los únicos que la gente importante debe tener en cuenta.
Como, a pesar de todo, a los periódicos de papel no creo que les queden muchos años por delante esta será casi con toda seguridad la última vez que se me presente una oportunidad así. Si vuelvo lo haré por donde solía, no tendré que someterme al implacable dictado de los tres mil caracteres con espacios, escribir y publicar será todo uno y el respetable podrá cagarse en mis muertos a sólo unos píxeles de distancia de la última frase, que es lo suyo y lo pertinente en este oficio que Dios me ha dado. Espero que estas 114 contracrónicas escritas en su mayor parte durante el año 2013 aguanten el paso del tiempo y dentro de unos años pueda releerlas sin ruborizarme. Sospecho que así será porque ninguna está hecha por encargo ni persigue más intereses que los de satisfacer a mi propia conciencia. A fin de cuentas, de eso iba esto de escribir, ¿o no?
* "Un año en la vida de España" está disponible en Amazon
No hay comentarios:
Publicar un comentario