El empleo de hogaño son las exportaciones de antaño. Hace un año, exactamente un año, el Gobierno también aseguraba que estábamos al final del túnel. La razón entonces era el repunte de las exportaciones. A ellas estuvieron agarrados durante meses. Si España exporta es que España va bien, decían inflados como zodiacs en sus trajes de alpaca. Y lo cierto es que España exportaba y sigue haciéndolo. Claro, que el Congo también exporta mucho, básicamente materias primas y tripulantes de pateras. Pero la exportación per se no es sinónimo de prosperidad. Nuestras exportaciones se debían –y se deben– a que el sector privado ha hecho un ajuste salvaje de costes, y eso ha catapultado en el mercado mundial a ciertos productos y servicios. Con el empleo pasa algo similar. No es que esté creándose nuevo, es que ya no se destruye a la velocidad que lo hacía. Una reformilla laboral y la mayor devaluación interna de salarios es la responsable del “milagro” que ahora se apuntan ufanos los sablistas habituales.
Estos dos fenómenos nos dan la pista definitiva sobre cómo será la España postapocalíptica. Un país de bajo coste y míseros salarios chuleado por medio millón de políticos profesionales. Al otro lado del túnel está lo que vemos ya a nuestro alrededor. Vemos un desempleo estructural del 20%, una deuda soberana del 100%, un déficit crónico del 6% y unos impuestos dignos de Alemania del este. Todo para mantener a salvo del incendio al medio millón de marras, a su escolta de tres millones de funcionarios estatales, autonómicos y locales y al complemento de sindicalistas, jornaleros subsidiados, artistas, artistillas, cineastas, haraganes, vividores, chulos y matones, chantajistas y otros entes de tal jaez.
La gran crisis podría resumirse en una sola frase: “como una casta de privilegiados que vivían a costa de los demás consiguió mantenerse en el machito”. De eso se trataba, de mantener lo suyo a costa de lo nuestro. Así que si pertenece a esa casta puede darse por satisfecho. La crisis ha terminado (si es que existió alguna vez crisis). Los pequeños sacrificios que ha tenido que hacer en los últimos años han tocado a su fin. No le volverán a tocar la paga extra y en breve los convenios públicos volverán por donde solían. El grifo de los subsidios se abrirá de nuevo para regar a las clientelas propias y ajenas. A partir de ahora el sol lucirá y no habrá nada que temer. Si decidió hacer una oposición para la covacha administrativa o erigirse en defensor del camachuelo trompetero la España que viene es su España.
Para el resto tampoco cambiarán mucho las cosas. Los mejores, los más jóvenes, los genuinos emprendedores se irán a Alemania o a Panamá. El resto tendrá que acostumbrarse a dar las gracias por tener un empleo, generalmente mal pagado y sin demasiadas expectativas. El capitalismo patrio, el del arancelazo y el BOE, hará el resto. ¿Le parece exagerado? No será por falta de pruebas. Mire la reforma energética o la presunta liberalización ferroviaria. La primera consolida el oligopolio de los señores del vatio castigando con saña el autoconsumo mediante peajes abracadabrantes. La segunda perpetúa el monopolio de Renfe per saecula saeculorum. No podíamos esperar menos del orquestín de abogados del Estado que gobierna y de la banda del botellón que les precedió.
La salida de la crisis era esto mismo: evitar a toda costa que ellos entrasen en crisis. Ni los seis millones de parados, ni la corrupción galopante, ni el despilfarro gigantesco, ni el saqueo de las cajas ha perturbado su ánimo. Y aún podemos considerarnos afortunados porque en el reino de Mordor, allá donde se extienden las sombras, los agarzones y los tomasesgomez velan armas para tomar al asalto la ruina y darle la puntilla. Sólo espero que a estas alturas ya se haya confesado.
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