Si echamos un poco más atrás el reloj y lo ponemos en 2009 la Pesoe no es que tuviese poder, es que era el poder. No había quien les tosiese. ¿Recuerda a Ana Pastor enseñoreándose del informativo o a los del diario Público haciendo portadas marhuendíferas ad maiorem zapateri gloriam? Pues eso. Mire a su alrededor ahora. Acérquese a la sede más cercana y respire el aroma de la derrota, escuche el crujir de dientes y apártese cuando vea la primera daga volar por los aires. Donde antes no había crisis ahora todo es crisis, dolor de los pecados y propósito de enmienda. Es un placer verlo, lo reconozco. Ver como sufre esta gente me alegra el día. Ellos, ahítos de soberbia y cortoplacismo, pensaban que iban a estar allá arriba por siempre jamás y ahí los tienen.
La penúltima idea que han tenido para revivir el cadáver es una conferencia política. La celebrarán, Ser Supremo mediante, el próximo mes de Brumario, perdón, de noviembre. No, no se ilusionen, se van a reunir ellos, pero el convite lo vamos a pagar entre todos, que la Pesoe está mal pero no tanto. Quédese con la copla, mientras quede una sola moneda de cinco céntimos en las arcas, ésta irá destinada a mantener el negocio de los partidos políticos funcionando.
La conferencia pesoítica está levantando pasiones entre los militantes de base de la Pesoe, políticofilos empedernidos sin cura posible, que creen que, esta vez sí, les dejarán meter el cazo. Hasta Ferraz han llegado nada menos que 2.459 propuestas de modernización. No he leído ninguna de ellas, pero puedo imaginármelas porque conozco bien el paño militante. Pretenderán estos ingenuos que el partido de sus entretelas se abra a las bases, que se pueda elegir al secretario general mediante voto directo o que las listas se confeccionen a través de primarias. Da un poco de pena todo. No van a conseguir nada de esto aunque los amos del partido sabrán utilizar las propuestas como combustible propagandístico para seguir mandarineando a placer. Los partidos son así. Unos mandan, otros obedecen y casi todos trincan cuando llega la ocasión. Que se dejen de vainas y esperen a que llegue el momento del trinque, que está al caer.
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