Me acaban de decir que en La Vanguardia han recibido la bajada de impuestos de Ignacio González en Madrid como “una ofensiva para captar capital catalán (sic) y del resto de España”. Ahí, con un par. Me dan ganas de dejar de escribir aquí mismo y que el espacio en blanco de la columna haga las veces de boca abierta. Pero no, no haré eso porque, a diferencia de La Vanguardia, yo sí tengo respeto por mis lectores. La rebaja fiscal en Madrid no es una ofensiva de nada, es simplemente una rebaja fiscal. Así de sencillo, nada por aquí, nada por allí, unos eurillos más en su bolsillo. ¿Ven lo fácil que es robar menos a la gente indefensa?
En Madrid se pagan menos impuestos porque el Gobierno que padecemos –sí, la gente decente padece a los Gobiernos, los golfantes viven de ellos– es algo menos ladrón que el de nuestros vecinos. No sé si por culpa de Esperanza Aguirre o del que le ha sucedido, el hecho es que este es el único lugar de España en el que sus políticos no sólo predican, que eso es gratis, sino que además dan algo de trigo. No mucho, la verdad, pero bastante más que en otras partes del país. Que en Madrid se pague menos al fisco y sea algo más sencillo hacer negocios se ha traducido en más empleo, más riqueza, más oportunidades y menos mala leche. La capital y sus aledaños siguen recibiendo cada año decenas de miles de emigrantes provenientes de todos los rincones de España en busca de un trabajo, no digo ya un trabajo mejor, un trabajo sin más. Aquí recibimos a los nuevos con los brazos abiertos porque, a diferencia de otras ciudades de cuyo nombre no quiero acordarme, Madrid pertenece a quienes la habitan y no a un número siempre limitado de apellidos que llevan en esta tierra desde hace generaciones.
La diversidad nos ha sentado estupendamente, la descentralización administrativa mejor aún y la moderación fiscal ya ni les cuento. La receta por la que los liberales siempre hemos peleado funciona. Allá donde el Gobierno se empequeñece la sociedad civil gana volumen, y con la sociedad civil viene todo lo demás. Rajoy bien podría haber imitado el modelo madrileño, pero a él, gallego de toda galleguidad, estos cosmopolitismos modernos no le van. Cree que España debe parecerse a Pontevedra, una microcapital de provincias –muy bonita, por lo demás– en la que ser funcionario es serlo todo. Claro, así le va a Pontevedra, que lleva cien años viviendo a la sombra de Vigo –la verdadera capital de aquella esquina de España– y pasará otros cien de esta guisa mientras de sus entrañas salgan Rajoyes y no Amanciosortega.
Madrid no quiere ser Pontevedra, tampoco quiere ser París, ni Londres, ni Nueva York; quiere ser, y perdóneme el atrevimiento, sólo Madrid. Una ciudad única en su especie, enclavada en mitad de ningún sitio pero a la que todos quieren llegar para quedarse a vivir en ella. Aquí captamos gente, no capital. Otra cosa es que ciertas personas poseedoras de capitales encuentren óptimo traérselo a un lugar en el que la sucia mano de la política no se va a cebar con ellos. Espero que en La Vanguardia entiendan algo tan elemental.
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