Y lo fue, vaya si lo fue. Los mensajitos de 140 caracteres se convirtieron, veinte años más tarde, en uno de los medios de comunicación entre personas más utilizados del planeta. Las operadoras saltaban de alegría. Con aquellos mensajes estaban ganado una extraordinaria cantidad de dinero. A sus redes apenas les costaba negociarlos, pero los cobraban a precio de oro a sus clientes. Entonces a un jovenzuelo de San Francisco llamado Jack Dorsey se le encendió la bombilla mientras comía: ¿por qué limitarse a enviar los SMS a través de la red móvil cuando podía hacerse por Internet de manera mucho más económica?
Y así nació Twitter. Dorsey buscó –y encontró– financiación y puso en marcha la empresa. El nombre le vino dado por el verbo tweet, que en inglés significa piar, de ahí que el logotipo de Twitter sea un pajarito. Dorsey veía cada twitt (o tuit, tal y como se conoce en español) como un minúsculo gorjeo en medio de una inmensa bandada de pájaros digital. Algunas aplicaciones para enviar y recibir tuits hacen eso mismo, pían como un periquito cuando les entra un mensaje.
El curioso sistema de mensajería de Dorsey se estrenó en la web el 15 de julio de 2006. Por entonces no pasaba de ser una excentricidad propia de la bahía de San Francisco. Durante meses hubo muy pocos tuiteros y casi todos se conocían entre sí. En el otoño de ese año la cosa se les empezó a ir de las manos. Twitter era simple, tremendamente útil y muy adictivo. Quien lo probaba se lo quedaba. A diferencia de mantener un blog, tuitear era sencillo y apenas requería esfuerzo, un simple pensamiento, un teclado y el milagro de la comunicación de convertía en realidad.
La intuición de Dorsey había funcionado. A la gente le encantaba enviar SMS, por lo que le gustaría aún más si le ofrecían la posibilidad de hacerlo gratis y de manera ilimitada. Los números empezaron a cantar. En los primeros cuatro meses de 2007 se enviaron 400.000 tuits, un año más tarde en ese mismo periodo ya se habían enviado 100 millones de tuits, a mediados de 2010 cada día se enviaban 65 millones de tuits, unos 750 por segundo. Durante la Copa del Mundo de Sudáfrica se batió el récord: casi 3.000 tuits por segundo provenientes de todos los rincones del planeta.
Hace ya mucho tiempo que los tuiteros dejaron utilizar la web para compartir sus mensajes. Hay más de 70.000 aplicaciones registradas para todos los soportes imaginables, especialmente teléfonos móviles. De este modo Twitter ha terminado donde nació la idea, en la diminuta pantalla del móvil, con la ventaja de que es gratis y se pueden adjuntar imágenes, sonidos y hasta vídeos. Una nueva forma de comunicarse ha nacido y, por los mil millones de mensajes enviados cada semana por sus 177 millones de usuarios, parece que quiere quedarse.
¿Cómo funciona Twitter?
Darse de alta en Twitter es realmente sencillo. Sólo es necesario tener una dirección de correo electrónico, un nombre (real o ficticio) y una conexión a Internet. Las altas se gestionan en la página web (www.twitter.com) rellenando un breve formulario. Una vez hecho esto el tuitero principiante tiene que ir agregando amigos a los que seguir, es decir, que cuando uno de estos amigos publique algo nos aparezca en nuestro perfil.
Luego, cuando seamos visibles, y siempre que lo que digamos sea interesante, aparecerán los seguidores o followers, tuiteros que, por voluntad propia, leen nuestras actualizaciones. A partir de ahí ya no será necesario volver por la web de Twitter. Hay aplicaciones para el móvil (Seesmic, Übertwitter) y para el escritorio del ordenador (Tweetdeck, Tweetglide) a través de las cuales podremos mantener actualizada nuestra cuenta. Y ya está, sólo con esto podremos decir que somos tuiteros con pleno derecho a nuestros 140 caracteres.
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