Mañana hay de nuevo huelga general. Es la tercera desde 2010. Como en casi todo nos quedamos en el punto medio, para que luego digan que los españoles somos dados a los extremos. No llegamos a la huelgofilia reincidente de Grecia, que lleva 25 en tres años, o de Francia, donde, sólo en 2010, se convocaron nueve huelgas generales (las mismas que se han hecho en España en los últimos 35 años), pero tampoco a la huelgofobia de Alemania, un país que contabiliza, exactamente, cero huelgas generales desde el 49. En parte porque están expresamente prohibidas por ley y en parte porque los alemanes son poco amigos de hacer huelga, ni general ni de ningún tipo. Aquel es un país razonable y suelen resolver las diferencias laborales hablando, que es lo suyo.
La pregunta que habría que hacerse sería: ¿por qué los alemanes se avienen a negociar y los españoles no? Las razones son variadas. Lo primero es que son muy productivos y eso les deja margen a ambas partes para negociar. Lo segundo es que los sindicatos alemanes son profesionales y no de clase que, además, viven de las cuotas de sus socios y no de las transferencias de la administración. Lo tercero es que Alemania actúa como un elefante: se mueve lentamente midiendo sus pasos para no precipitarse y, sobre todo, no olvida su propia historia.
Esto vale para tanto para las huelgas generales (que en los años 20 se tradujeron en las famosas Generalstreik revolucionarias que pusieron el país patas arriba), como para las alegrías inflacionarias del banco central. Los alemanes tienen bien presentes los errores que cometieron en el pasado, y eso les ha evitado disgustos mayores. Son un pueblo sabio y admirable.
En España, en cambio, nos gusta recrearnos en las tragedias nacionales. Unos para fustigarse con ellas, otros para revivirlas y cobrarse una venganza absurda y anacrónica. Nuestros sindicatos son de clase y viven enchufados a los presupuestos generales del Estado. Esto es así porque el sistema los considera parte integrante del mismo. En realidad no son más que el antiguo Sindicato Vertical del franquismo bajo diferentes siglas.
Los sindicatos de clase dicen representar a eso mismo, a la clase obrera, pero esto es una trampa porque parte de un premisa errónea, a saber, que la humanidad está dividida en clases sociales estancas cuyo destino es enfrentarse a muerte entre ellas. Como el punto de partida está equivocado toda la construcción teórica posterior es falaz y sólo conduce a la violencia y la tiranía.
Si aún fuesen un sindicato de clase auténtico, es decir, formado por obreros de clase baja, podría argüirse que están errados pero que se lo creen y que comulgan con sus propias ruedas de molino. Es el caso del llamado sindicalismo alternativo: la CGT, la CNT, Solidaridad Obrera y demás. Pero no, los dos grandes sindicatos "verticales" no representan a clase alguna, sino a ellos mismos y a sus propios intereses. Por eso encontramos sindicalistas muy bien remunerados en consejos de administración de cajas de ahorros y empresas estatales. Y por eso el nivel de afiliación es tan bajo (aproximadamente un 15%) y se concentra entre funcionarios y empleados de grandes empresas que ya han cumplido los 50.
No defienden su clase (que, por lo demás, es la clase media plus, y digo plus porque el salario medio del funcionario de 50 años está cuajado de trienios y es muy superior al salario medio español), ni siquiera lo "público", defienden lo suyo y punto, sus propios privilegios adquiridos gracias a una legislación laboral que premia la veteranía y el apoltronamiento y castiga la juventud y el riesgo.
Pues bien, queridos lectores, estos son básicamente los que van a hacer huelga mañana. También la harán los chavales del 15-M y los yayoflautas esos que dan la tabarra en las manifestaciones con sus chalecos fosforito. Pero ni los unos ni los otros trabajan, así que su huelga se convertirá en una fiestecilla callejera con pancartas, bocinas y los mantras de siempre. Que los sindicalistas profesionales se abstengan de trabajar no supone un coste al país, sino un ahorro. El día trabajado se descuenta automáticamente de la nómina. Eso y el correspondiente ahorro de luz de la empresa/ministerio/consejería/ayuntamiento. Cuando no se acude al puesto de trabajo no se gasta electricidad, una electricidad que, en el caso de los funcionarios, pagamos todos a escote.
Con que vayan a la huelga un 20% de los empleados públicos que hay en España estaríamos hablando de cientos de millones de ahorro en sueldos. De manera que no va hacer falta recortarles ya que se van a recortar ellos mismos. Esto para el contribuyente es una excelente noticia. Porque, no nos engañemos, sólo hay dos clases: los que generan riqueza y los que, saqueo fiscal mediante, la dilapidan. Si los segundos se ponen en huelga bienvenida sea.
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