El libro estará, durante los próximos tres meses, disponible en exclusiva en la tienda de Amazon para Kindle. No existe edición de papel, sólo electrónica, y el precio es acorde a lo que creo que debe costar el libro de un autor desconocido: sólo 4 euros. Advierto que son 4 euros que dan para bastante porque el libro me ha salido largo, de más de quinientas páginas. Otra cosa, no tiene DRM, es decir, que quien compre el libro se lo queda para siempre y no hasta que agote los seis dispositivos de rigor.
Las razones por las que he empezado a publicar en Amazon directamente, evitando intermediarios, las desgrano en el prólogo de "Treinta años no es nada". El prólogo lo adelanto a continuación, para que luego no digan que no cuido a los lectores fieles de mi blog.
Prólogo
El presente libro es una versión corregida y aumentada del que, hace ya cuatro años, fue lanzado en papel bajo el título “Nosotros los españoles”. Ese, a su vez, era la compilación de los ‘Pasajes de la Historia de España’, una serie de artículos que estuve haciendo con periodicidad semanal para Libertad Digital durante un par de años. Ahora, liberado de la servidumbre de la editorial, he podido titular el texto como a mi me ha venido en gana y no como ha querido el editor. Allá por 2008 quise titular la colección de pasajes con el título que encabeza estas páginas, que, la verdad, me gusta mucho más. Me ha tocado esperar cuatro años y al final me he salido con la mía. Gracias a la bendita tecnología, dicho sea de paso.
Digo liberado porque este texto que late tras la pantalla de tinta electrónica de su lector se publica sólo y exclusivamente en versión electrónica. Y no lo hace una editorial, sino el autor, es decir, un servidor de usted. Aunque muchos de los capítulos coincidan no es exactamente el mismo libro. He tomado los pasajes que escribí entonces y, después de darle unas cuantas vueltas, he quitado unos y he añadido otros episodios de la Historia de España escritos posteriormente. He retirado también un precioso prólogo que José María Marco me dedicó por si la editorial se molestaba. El resto es todo de mi autoría, incluida la portada.
Cuando hace unos años empezaron a aparecer los primeros lectores de libros electrónicos pensé que esos aparatos y sus hermanas, las librerías de Internet, iban a suponer una revolución para los escritores. No, tal vez, para los ya consagrados, que viven –y muy bien– de la letra impresa en papel, pero sí para el resto. Los menesterosos nos teníamos que conformar con editoriales de segunda que le trataban a uno a palos después de haber hecho una tirada irrisoria. Sucedía también que la distribución era tan calamitosa que hacían poco menos que imposible encontrar el libro en cuestión. A veces, –de hecho, bastante a menudo– solían darse todos los supuestos juntos. Así, el esfuerzo que conlleva escribir se diluía en una frustración tras otra y a uno se le terminaban quitando las ganas de publicar nada en papel.
No culpo de todo a las editoriales, donde tengo incluso amigos que las están pasando canutas. El modelo era ese, sin más. Publicar un libro en papel es caro, conlleva grandes desembolsos por anticipado y nunca se sabe si el título va a venderse o no, por lo que el editor corre el riesgo de terminar comiéndose los libros. Al final, los que de verdad ganan con los libros no son los autores o las editoriales, sino los fabricantes de papel, la industria química que hace tinta, las imprentas, las empresas de distribución y, algo menos, las librerías. Mientras el soporte de los libros ha sido el papel, los editores han sido, en muchas ocasiones, verdaderos héroes que se han jugado los cuartos y la salud para hacer que una obra literaria llegase al gran público.
Los libros electrónicos han cambiado las reglas, ahora es el autor el que, si se esfuerza y los lectores le acompañan, lleva la voz cantante. Indudablemente es una gran noticia, se pongan como se pongan los que vivían divinamente en el ecosistema editorial anterior. Seguirá habiendo grandes escritores que vendan cientos de miles de ejemplares, pero será única y exclusivamente porque el mercado, es decir, usted, así lo ha querido, no porque alguien se haya gastado una millonada en promocionar sus libros y colocarlos en los estantes de las librerías en un expositor preferente. ¿Quién gana? Obviamente el lector, que tiene más donde elegir a mejor precio. Después el autor y, por último, la tienda en línea que disponga de los títulos más demandados para su descarga. En el sistema anterior el que más ganaba era el que ponía el almacén y las furgonetas. Vamos mejorando.
He procurado que este, mi primer libro electrónico, estuviese disponible en todas las tiendas posibles, empezando por Amazon, la más grande de todas. Le he puesto, además, un precio muy atractivo y me he ocupado personalmente de que no tuviese el incordioso DRM, que es una estafa en toda regla para los compradores. Si lo ha adquirido, este libro es suyo por los siglos de los siglos, amén. Podrá leerlo y guardarlo hasta el día del juicio final, o podrá leerlo y dejárselo a su vecina con un comentario laudatorio después de adjuntar el archivo. Yo agradeceré más lo segundo. Lo que no es suyo es el texto, esto es, que no puede copiarlo y poner su nombre debajo. Eso, supongo, que no hará falta que se lo explique.
Dicho esto, y ya hablando de mi libro, lo que se dispone a leer a partir de este momento es una Historia de España contada en pildoritas. Es una Historia de España porque va desde el legendario Argantonio al nada legendario Adolfo Suárez, y digo píldoras porque son eso mismo, píldoras, 48 para ser exactos. Puede empezar donde quiera y, luego, ir hacia atrás o hacia delante. Puede, incluso, meterse un pildorazo y dejarlo, o cuadrarse las 48 de un golpe sin efectos secundarios. Están perfectamente individualizadas, la historia empieza y termina en la píldora en cuestión. Los viajeros habituales del Metro lo sabrán apreciar.
Algunos episodios son muy famosos, como el del descubrimiento de América, mientras que otros son desconocidos pero curiosos y muy agradecidos. También hay pequeñas biografías y alguna que otra aventura digna de ser leída. Aunque yo no lo sea, le aseguro, que la Historia de España es algo serio. Primero porque es nuestra propia Historia, la de los que nos precedieron en el duro oficio de ser españoles, segundo porque es muy larga y da para mucho, y tercero porque es francamente interesante. No le falta de nada: ni guerras, ni amoríos, ni traiciones, ni gestas heroicas, ni grandes batacazos… Si tuviéramos cineastas y no propagandistas aficionados a vivir del contribuyente, casi no harían más películas que las históricas, porque allí, en lo que nuestros antepasados hicieron, viven las mejores historias que un guionista pueda imaginar.
Y ahora ya, sin más preámbulos, le invito a deslizar el dedo sobre la pantalla (o a apretar el botón correspondiente) para saber por qué 30 siglos no son nada.
El resto se puede leer aquí.
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