Toda huelga general que se precie comienza en dos lugares bien distantes: el centro de Madrid, donde se encuentran las sedes de los principales sindicatos, y la periferia urbana, lugar por el que la ciudad respira. Antes de la una en Mercamadrid ya se está liando. Los piquetes se niegan a dejar pasar a los camiones que abastecen a la ciudad.
Ciudad adentro la historia es otra. Los piquetes no terminan de cuajar. Varios grupos de CCOO y UGT recorren las calles principales del centro conminando a los bares y restaurantes a que cierren sus puertas y se apunten, de grado o por la fuerza, a la jornada de huelga. Vano intento. En torno a la Puerta del Sol, centro neurálgico de la vida nocturna madrileña, los clientes son más que los huelguistas. La diversión se impone a la huelga.
En la plaza de Santa Ana los piquetes no son de los sindicatos del pesebre, sino de jóvenes de estética alternativa que no se andan con tantos remilgos. Un grupo numeroso se concentra en la plaza, que no tarda en estar rodeada de furgones de policía. Los piqueteros intimidan a los restaurantes de la plaza, que uno a uno van recogiendo sus terrazas y echando el cierre. La situación se complica, entra la policía y carga con determinación llevándose a dos piqueteros a los furgones.
Son los dos primeros detenidos de una noche en la que los disturbios, si bien no han sido muchos, si los suficientes para hacer de la policía uno de los protagonistas de la noche. “No pasan una”, se queja una piquetera de mediana edad que arrastra sin demasiada convicción una banderita de plástico de Comisiones Obreras. La policía, tanto la nacional como la municipal, es omnipresente. No hay cruce principal en Madrid sin su preceptiva dotación policial. Eso deshace los ímpetus de los huelguistas, que pasan de largo de objetivos habituales de las protestas como el Congreso de los Diputados.
“Aquí está todo el bacalao vendido, hay que cerrar las cocheras” confiesa un azorado miembro de un piquete a su compañero de marcha. Cocheras en Madrid hay muchas pero las principales son las de Carabanchel y Fuencarral, una en el sur y otra en el norte. En todas ellas la presencia policial es absoluta. En algunas bastante alejadas del centro como la de Sanchinarro su entrada la custodian dos coches zeta y una brigada ecuestre que patrulla la calle Niceto Alcalá Zamora. “No va a pasar nada”, me confirma el portavoz del comité de huelga, “van a salir los servicios mínimos pactados, pero no se va a liar ni nada parecido”.
A pocos kilómetros, en Fuencarral, las cocheras de la EMT son un hervidero de sindicalistas desde las cuatro de la mañana. El dispositivo piquetero se divide en dos, un grupo para cada una de las dos salidas con las que cuenta la cochera. En la salida B salta la chispa, un grupo de jóvenes universitarios se pone delante de un autobús de personal que sale vacío de la cochera. Lo persigue por la calle Mauricio Legendre, los antidisturbios salen tras ellos y se producen las primeras detenciones después de un forcejeo en el bulevar de la calle.
En la salida A los autobuses empiezan a salir de servicio con absoluta normalidad. Son muchos más de los que le gustarían a los piqueteros, que los reciben con sonoros silbidos y gritos de “esquirol”, “canalla”, “traidor” y otras lindezas habituales entre los piquetes. Pero nada pueden hacer. El trayecto de Mauricio Legendre al paseo de la Castellana está custodiado en su totalidad por patrullas de policía.
Una vez en la Castellana la más absoluta normalidad se abre paso. Son las seis y media de la mañana y se dispone a amanecer en Madrid. La noche de los piquetes largos ha pasado sin más tumultos de los que se preveían, incluso algunos menos. Los taxis y los autobuses circulan, las cafeterías empiezan a abrir sus puertas. La huelga ha pinchado, al menos en Madrid.
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