lunes, 8 de marzo de 2010

La ChavETA

Investigar cuándo, cómo y por qué Chávez ha colaborado con la ETA es una cuestión de simple retórica, ese lujo que nos permitimos en los países más o menos civilizados. Ellos no se andarían con tantas exquisiteces si, por ejemplo, el Gobierno español apoyase a una hipotética banda terrorista que llevase matando venezolanos desde hace cuarenta años. Si eso sucediese ya se habría encargado Chávez de cortar relaciones con España y de liquidar in situ a los asesinos. Sería, además, perfectamente comprensible que lo hiciese. Tanto lo primero como lo segundo. El terrorismo es la guerra hecha a la medida de los cobardes, una guerra sorda, sin declaración formal donde sólo uno de los bandos va armado y ataca por sorpresa.


Pero no es así sino al revés. No hay terroristas venezolanos entrenándose y dando clases prácticas en algún robledal perdido de la montaña palentina, pero sí que hay terroristas españoles que hacen eso mismo en la selva venezolana. Esta es la diferencia fundamental. Nuestro Gobierno, como era de esperar, ni hace ni hará nada al respecto. Tanto la ETA como Chávez le inspiran el suficiente respeto como para abstenerse de actuar. Tiene, por añadidura, cierta debilidad con ambos.

A la ETA le ha consentido casi todo, hasta el extremo de que, en plena negociación, le volaron un aparcamiento entero del aeropuerto de Barajas y ellos como si no pasase nada, continuaron a lo suyo hasta que los asesinos rompieron su peculiar tregua. Entonces sobrevino la sorpresa. Los hombres de paz no se avenían al guión escrito por algún manazas buenista de la Moncloa. Violentamente despertados del sueño acometieron la prestidigitación y hoy se las dan de campeones antietarras, pero no mucho, no vaya a ser que les confundan con Mayor Oreja. Hasta ahí podríamos llegar.

Con Chávez y su fascistoide régimen de camisas rojas les pasa algo parecido. Confundiendo una vez más el deseo con la realidad, esperan que el gorila se apacigüe solito si ellos no le provocan. La Venezuela real y la que habita, cargada de prejuicios, dentro de sus cabezas son muy distintas. Por eso Moratinos se licua cada vez que visita Caracas. Él no ve a un prototirano que está implantando una dictadura odiosa, sino a un joven y pintoresco revolucionario que le retrotrae a sus delirios juveniles. No pueden oponerse abiertamente a algo tan arrebatador, tan progresista, y menos aún a pedirle explicaciones por una cosilla sin importancia cómo que los extraviados de la ETA anden de excursión campera con las FARC, escuela de matarifes que Chávez cuida como embrión del ejército colombiano por si un día se hace con el país vecino. Un proyecto, en definitiva, tan fantasioso como los que Zapatero emprende para civilizar a los hunos.

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