Maria Antonia Trujillo, aparte de una calamidad como ministra, es un prodigio sacándose de la chistera proyectos inútiles a los que acostumbra a bautizar en un politiqués casi perfecto. Hace cosa de un año, para debutar en el ministerio que Zapatero le acababa de poner en sus manitas de princesa extremeña, rizó el rizo del absurdo con aquello de las “soluciones habitacionales”. Dijo entonces que se tomaba la licencia porque así se llamaba a la vivienda en la tierra de Allende. No sé aún a que Allende se refería. Si al nefasto presidente que precedió a la no menos nefasta dictadura de Pinochet, o a la autora de “La casa de los espíritus”. Ambos son chilenos y, por más que me esfuerzo, no consigo recordar a un solo nativo de aquel país que en lugar de decir “Hay que ver lo cara que está la vivienda en Santiago” diga “Caray con las soluciones habitacionales en Santiago, no hay quien se independice”.
Además, en el caso de que la escritora hubiese proferido alguna vez semejante majadería su novela más famosa hubiera llevado por título “La solución habitacional de los espíritus”, y claro, con ese nombre jamás la hubiesen llevado al cine. Lo más probable es que ni Isabel ni el difunto Salvador Allende dijesen nunca aquello y la ministra se arrancase por ahí en uno de esos ataques de sudamericanismo a los que nuestra izquierda es tan aficionada. Citar a un novelista hispanoamericano tiene efecto balsámico, queda bien y al decirlo parece que uno lee y es la mar de sensible.
Como lo de las “soluciones habitacionales” no era suficiente para dar sentido a la vida de una ministra funámbula en un ministerio fantasma, a alguno de sus asesores se le ha encendido la bombilla y ha parido una nueva ocurrencia; las soluciones imaginativas aplicadas a la solución habitacional. No es un trabalenguas, es un cuchitril, porque éstas consisten en construir microviviendas de unos 25 metros cuadrados para que, bien enlatados, se hacinen los jóvenes en ellas. Los jóvenes a los que se las concedan se entiende, que serán pocos y podrán felicitarse por ello el resto de su vida. La idea fuerza que mueve a la ministra es que ocupamos demasiado espacio y por lo tanto hemos de racionarlo compartiendo el pasillo, la lavadora o el trastero. Si uno crece, o cambia de ciclo vital -que ya hay que ser cursi y rebuscada-, se anexiona el tabuco de al lado y tan frescos.
Ni a Orwell se le hubiese ocurrido disponer mejor al rebaño. Minúsculas casas estatales en las que se haya conseguido reducir el así llamado “espacio mínimo habitable” a un parchís de 25 metros cuadrados de superficie y cuatro de altura. Un cubilete, un receptáculo que dicen módulo y que, como no, está inspirado en los países nórdicos, esas ejemplares sociedades en las que sus habitantes sólo salen del módulo para pagar impuestos. Porque podría haber puesto como ejemplo a los alemanes, que disfrutan de espaciosas casas unifamiliares, pero no, el ejemplo a seguir es el de los ciudadanos más serviles de Europa. Estomagante. Consuela pensar que, en torpeza e ineptitud, no hay quien gane al ministerio habitacional de la desastrosa Trujillo, cuyo ciclo vital como ministra nunca debiera haber comenzado.
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