El núcleo irradiador ese del que hablaba Errejón hace unas semanas en un tuit psicotrópico redactado en ese lenguaje soviético que les es tan caro, ha conseguido inyectar en una mayoría de españoles el virus del sinsentidoLa nómina de ocurrencias es interminable. Revise la prensa de los dos últimos años y compruébelo usted mismo. La bobaliconería zapaterista al lado de lo que tenemos que aguantar a diario es un juego de niños. El núcleo irradiador ese del que hablaba Errejón hace unas semanas en un tuit psicotrópico redactado en ese lenguaje soviético que les es tan caro, ha conseguido algo que a muchos nos parecía imposible: inyectar en una mayoría de españoles el virus del sinsentido, el mismo del que se valen los tiranos de todos los tiempos para persuadir a sus súbditos que el blanco es negro, la guerra es la paz, que sólo ellos representan el equilibrio cósmico y que cualquier alternativa es el pasado, un lugar lóbrego y miserable al que nadie quiere volver. Para ello se han valido del mismo sistema que atacan, del pluralismo mediático con el que probablemente acaben según tengan la oportunidad, de un puñado de mantras muy bien fabricados y de unas cuantas mentiras que, en el ambiente de hartazgo y fin de régimen en el que vivimos, han florecido y echado profundas raíces.
Los irradiadores han convencido a muchos, por ejemplo, de que los niños españoles se mueren de hambre, de que, sin experimentarlo, vivimos en una espantosa dictadura que nos reprime con ferocidad o de que el Estado gasta poco y de ahí todos nuestros problemas económicos. Es, de hecho, esta última la más grande y la peor de todas las mentiras. Un servidor y otros muchos llevamos años rebatiendo en todos los foros a los que hemos tenido acceso que el Estado en España despilfarró a placer antes de la crisis y lo ha hecho con más bríos en el curso de la misma. El problema de nuestro país es, efectivamente, el tamaño del aparato administrativo, pero no porque sea pequeño, sino porque es gigantesco. Eso implica un gran coste para los sectores productivos de la población, expoliados diariamente para mantener una burocracia que se cuenta por millones y gasta por miles de millones. Un tremendo e invisible coste de oportunidad que nos ha privado de ahorro y nuevas inversiones que, a su vez, hubiesen repercutido en riqueza, empleo y prosperidad.
Podemos ha vendido creencia, magia, pura superstición, un cuento de buenos y malos que siempre desembocaba en el mismo marNuestra interpretación, la mía, la de mi amiga María Blanco, la de Carlos Rodríguez Braun, la de Juan Ramón Rallo, la de Manuel Llamas, la de Daniel Lacalle, Juan Manuel López Zafra, Jesús Cacho, John Müller, Javier Benegas, Juan Pina y un largo etcétera era razonable, coherente, ecuánime y venía soportada por hechos contantes y sonantes. Pero no ha servido de nada. Como nos advertía Josep Pla hace ya un siglo, la gente prefiere creer a saber. Podemos –y todos lo que han ido recogiendo las migas que ha dejado por el camino– han vendido creencia, magia, pura superstición, un cuento de buenos y malos que siempre desembocaba en el mismo mar: el de un ente demiúrgico encarnado en una casta de políticos juveniles, omniscientes y justicieros que sabían la solución a todos los problemas.
Esa casta, o parte de la misma, ya la tenemos en los Gobiernos de muchos ayuntamientos y regiones. Ahora viene la sorpresa de unos y el contento de otros. Los primeros se pellizcan y empiezan a verle las orejas al lobo. Los otros prefieren continuar en el hechizo, en el que, por lo demás, se vive muy bien. El hecho, y este más que por la teoría viene apoyado por la realidad, es que el nuevo “marco político” que tanto anhelaban muchos ya está aquí. Ahí tenemos al PP colocándose en el casillero de la imbecilidad como el partido “social” por antonomasia, al PSOE vendiendo una renta básica con otro nombre y a los nacionalistas de siempre amontonando una tontería encima de la otra con tal de no descolgarse del zeitgeist dominante.
Ahora están con lo del derecho al déficit que, traducido al román paladino, es inventarse un derecho a vivir por encima de las posibilidades propias. Es irracional, lo sé, desafía las reglas más elementales de la lógica, pero ahí lo tienen. Ingresar nueve y gastar doce es el bálsamo definitivo. Parece que nadie repara que entre medias hay tres que tendrán que pagarse en el futuro. Los que adquieren la mercancía prefieren no pensar en ello porque han decidido vivir en el país de nunca jamás. Los que la venden saben bien que su esquema de fantasmagóricos derechos es insostenible en el tiempo, pero perseveran porque si todo sigue como hasta ahora más pronto que tarde serán ellos los que fabriquen el dinero y la estadística oficial. Fabricar dinero permite alargar el engaño unos cuantos años más sin que lo advierta la plebe. Firmar la estadística es crear un presente paralelo como en el que viven cubanos y venezolanos, naciones ambas que, de ser por sus estadísticas oficiales, serían más ricas que Suiza.
No existe nada parecido al derecho al déficit, en todo caso el recurso al déficit, del que los políticos tiran para, a continuación, quejarse de la insoportable losa que supone una deuda construida con premeditada insensatez sobre ese mismo recurso. Acto seguido vienen los recortes, las manifestaciones y el descontento. Hasta aquí creo que estamos todos de acuerdo, todos los que tenemos dos dedos de frente, que es la inmensa mayoría de la población. Entonces, ¿por qué nadie dice nada cuando esta banda empieza a alardear con su abanico de sinrazones? Es un misterio de la naturaleza humana. No es la primera vez y no será la última que nos llevan directos al degolladero con nuestro expreso consentimiento. Aun estamos a tiempo de evitar males mayores. Sé que no servirá de gran cosa recordarlo, pero ahí queda. Le dejo una reflexión, si el politiqueo irresponsable y sin tasa nos ha metido en este berenjenal, ¿qué razón de peso hay para pensar que una dosis extra de politiqueo nos sacará de él?
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