Los impuestos están ahí para pagarlos sí, pero no hacerlo no es motivo para administrar al reo la muerte civil sin juicio ni juradoFraude fiscal siempre habrá del mismo modo que, en todo tiempo y lugar, hay delincuentes. Que esté ahí la ley no significa que todos se apresten a cumplirla. En este tema de la fiscalidad, además, no se despachan cuestiones de vida o muerte. Por mucho que se empeñen en repetirlo una y otra vez con el dedo enhiesto señalando a la cámara, no es lo mismo defraudar a Hacienda que estrangular a un niño. Tampoco es lo mismo fumarse el IVA en una factura que asaltar a una viejecita por la calle con una recortada. Es algo obvio, de puro sentido común. Los impuestos están ahí para pagarlos sí, pero no hacerlo –o hacerlo en menor cuantía de lo exigido por la ley– no es motivo para administrar al reo la muerte civil sin juicio ni jurado tal y como se viene haciendo de un tiempo a esta parte.
Parece, sin embargo, que el principal y casi único problema que tiene el país es que hay unos cuantos que olvidan sus obligaciones con Hacienda. Y como ese es nuestro Rubicón, pues nada, hay que apretar las clavijas al personal para que adquiera “cultura tributaria” (vulgo: que afloje sin rechistar). El ministro Montoro inauguró un estilo chulesco, a medio camino entre matón de barrio y funcionario de ventanilla, que han ido copiando uno a uno todos los políticos del espectro ideológico. Un espectro, por lo demás, bastante limitado, inscrito en su totalidad en lo que Javier Benegas acertadamente bautizó hace unos días en estas mismas páginas como “consenso socialburócrata”.
Era lógico y esperable que la muchachada de Podemos se arrancase esta semana por bulerías anunciando un programa fiscal total y absolutamente disparatado. De haberlo presentado hace solo seis o siete años nadie se lo hubiese tomado en serio, pero las cosas han cambiado tanto en España que desbarrar en la oposición es moneda casi tan común como la de robar en el Gobierno. Lo han titulado, con un par, “la reforma fiscal que necesita España”, lo cual demuestra dos cosas: una, que empiezan a decir la palabra España sin sonrojo; y dos, que, puestos a montorear, ellos lo harán mejor y con más ganas.
El desfile por las sucursales bancarias durante el último mes de simples asalariados, de parados, de jubilados con el DNI en la boca para dar fe de que no blanquean dinero es una metáfora de nuestro triste sinoAsí, muy resumido, de disponer del ministerio de Hacienda a su antojo, subirían todas las figuras actuales (IRPF, Sociedades, IVA, Sucesiones y los especiales), incrementarían las cargas sociales al trabajo y se reservan la creación de nuevos impuestos, que lo mismo con todo lo anterior no sacan suficiente y les hace falta un estrujón extraordinario. El de Patrimonio, por descontado, lo devolverían a su antigua gloria, que nunca fue demasiada porque este impuesto es, aparte de aberrante en su concepción misma, una herramienta recaudatoria poco potente. Eso sí, sirve para crear la ilusión entre la hastiada plebe de que el que posee paga por ello. Apelar a la envidia y el resentimiento social puede parecer miserable, y de hecho lo es, pero rinde jugosos frutos políticos. Que se lo pregunten a los autodenominados “hijos de Chávez”, que han dejado Venezuela hecha un cromo tras quince años de siembra intensiva de odio.
En las evoluciones ideológico-fiscales del PSOE no entro porque vienen a consagrar el principio revolucionario que enuncié más arriba. Los de Snchz quieren ahora presumir de grandes redistribuidores y, claro, para eso hace falta exprimirnos antes como toallas de piscina. Del Partido Popular nada se puede esperar salvo que se disuelva ordenadamente y sin armar mucho ruido antes de Nochevieja. Ahora bien, Ciudadanos, esa gran esperanza de la España reacia a pegarse un tiro en el pie, tampoco cambia mucho el discurso de hiperfiscalidad, de atraco sin tasa al indefenso contribuyente que, no contento con dedicar seis meses de trabajo a “lo público”, tiene que soportar el apaleamiento continuo de esta chusma erigida en voz del pueblo. El desfile por las sucursales bancarias durante el último mes de simples asalariados, de parados, de jubilados con el DNI en la boca para dar fe de que no blanquean dinero es una metáfora de nuestro triste sino. Nos lo merecemos, esto y todo lo que nos venga, por cobardes, por fantasiosos, por estatólatras y por creer a puño cerrado que la política nos iba a salvar de nosotros mismos.
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