De “todo el poder para los Soviets” que clamaba Lenin hace un siglo hemos pasado al más prosaico “todo el poder para los burócratas” de nuestros rajoyanos días. Hace tres años, cuando el barbas y la metro y medio se presentaban en los mítines, hablaban de regeneración y de devolver a España a la primera división. Decían de bajar los impuestos, quitar trabas a los empresarios, liberar a la justicia del yugo al que los políticos la tienen sometida y promover las reformas necesarias e inaplazables que nuestro país necesita para salir del marasmo actual. Hubo quienes lo creyeron, votaron en consecuencia y gracias ello Rajoy tiene más poder en sus manitas de opositor que cualquier otro gobernante desde que Felipe González perdiese la mayoría absoluta allá por los años ochenta. El estado de excitación del votante pepero era digno de encomio. Como habían idolatrado a Aznar –sin que éste mereciese ni de lejos tan súbito ascenso a los altares– pensaban que el rajoyato iba a ser una segunda edición corregida y aumentada de aquellos años de vino y rosas, de recaudaciones históricas y despilfarro en los que todo trinque fue posible.
Al final la regeneración se ha quedado en un centón de leyes redactadas al milímetro por el equipo soráyico habitual. Leyes cuyo único objetivo era blindar el desastre y, especialmente, a los causantes del desastre. Para muestra dos botones que el Gobierno acaba de coserse en la guerrera del despropósito. Primero vino el ya famoso impuesto de salida o “exit tax”, una aberración fiscal parida en las zahúrdas del draculín de Hacienda. Con ese impuesto en la mano va a ser materialmente imposible montar pequeñas empresas tecnológicas en España… bueno, tecnológicas y de cualquier otra cosa. El invento es de una maldad casi absoluta, implica que alguien que posee un porcentaje de una empresa recién fundada pero que tiene gran potencial de crecimiento deba pagar por adelantado ese potencial sin siquiera haberlo ganado. Es lo más parecido a liquidar a la gallina de los huevos de oro años antes de que haya puesto su primer huevo.
Algo como el impuesto de salida solo cabe en la mente enferma de un legislador compulsivo cruzado con un salteador de caminos. Puedo llegar a entender que los burócratas quieran apropiarse por las bravas de lo que los demás producen, pero no que estos mismo burócratas impidan la producción misma. ¿Pero saben lo peor de todo? Nadie ha dicho ni mu de este disparate a excepción de los liberales, esos aguafiestas a los que el Gobierno mira de reojo y trata de mantener calladitos a cualquier coste. Con esa ley debidamente amejorada Podemos y sus socios harán virguerías, y si no al tiempo.
La otra idea que ha salido del recalentado caletre sorayino es la del canon AEDE, gracias al cual los españoles seremos los primeros en privarnos de un servicio tan útil como Google News. La historia pertenece más al género de la picaresca que al de la política. Los dueños de los periódicos de papel pensaron que el mejor modo de aliviar las fatigas de sus ruinosas cuentas de resultados era propinar un zapatillazo a Google. Acudieron a Moncloa con sus cuitas y allí, a metro y medio del suelo, les dieron la solución. Google aflojaría la mosca sí o sí. Una ley obraría el milagro. A cambio de ellos, de los periódicos, se esperaba cierto sentido de Estado, es decir, que no se metiesen con el jefe y, mucho menos, con la jefa en estos meses tan movidos que se avecinan.
Sobre el papel funcionaba la idea. Google, esa perversa multinacional que tiene el “monopolio” de las búsquedas en Internet, pagaría sin rechistar. La realidad ha sido muy otra. Los chicos de Mountain View no saben quien es Soraya ni quieren saberlo, por no saber no saben ni donde está Valladolid ni qué diablos es un abogado del Estado. Más allá de la finca de estos señoritos de oposición y tente tieso el mundo funciona de otra manera. Pero ellos no lo saben. Su mundo es el de alargar la mano a fin de mes y esperar a que les pongan dinero encima, dinero arrebatado a la fuerza de otros que sí saben como funciona el mundo, mayormente porque tienen que enfrentarse a él cada mañana. Eso Rajoy y sus rajoyes no lo entienden, no lo entenderán jamás.
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