Contaban esta mañana los periódicos que el Premio Nacional de Historia se lo ha llevado un libro sobre la crisis de 1640. Me ha sorprendido por dos razones: la primera porque no es habitual que este tipo de noticias, digamos, tan sectoriales pasen a las portadas; la segunda porque el tema es interesante pero árido. El libro, firmado por Carmen Sanz Ayán, lleva por título “Los banqueros y la crisis de la Monarquía Hispánica de 1640”. No sé si el libro es bueno o malo, el título, desde luego, es un horror. Nadie en su sano juicio compraría algo que se titule así. Por dentro es aún peor. El primer capítulo se titula “El sistema crediticio: los conceptos, cuando los hombres no son acaso”. Así, de golpe, sin anestesia ni nada. Luego viene la evolución del crédito y un montón de desventuras titulíferas más. Sinceramente, no le auguro mucho éxito en las librerías. Aunque, claro, también es posible que doña Carmen Sanz no pretendiese pasar de los círculos académicos y se ha encontrado con un premio y sitial de honor en la prensa digital.
Aunque sea pesado y lo lea poca gente es bueno que se escriba sobre este tema ya que siempre hay algún alma caritativa que se cuadra estos tostones y nos deja a los demás lo interesante. Al parecer el libro en cuestión (me niego a reproducir de nuevo el título) habla de la desastrosa situación de la economía española mediado el siglo XVII, momento en el que los historiadores suelen fijar el punto álgido de la España imperial. Llevo muchos años diciendo que precisamente aquello de la España imperial fue un disparate que salió carísimo a nuestros abuelos. Eso y que la dinastía que la apadrinó, la de los Habsburgo, fue una plaga que nos dejó tísicos durante siglos. Es más, creo que todavía hoy estamos pagando los excesos crediticios de aquellos reyes infames, mandibulones, putañeros, beatones y medio bobos.
La ruina de 1640 trajo la bancarrota de 1647, la segunda del reinado de Felipe IV. Luego vendrían dos más en 1652 y 1662. A modo de propina antes de terminar el siglo (y la dinastía) el Tesoro se declararía insolvente una vez más en 1666. En aquel entonces a las quiebras soberanas se las conocía como suspensiones de asientos. Hace no mucho, solo un par de años, el Estado estuvo a puntito de suspender otra vez el pago de los asientos, que ahora se llaman bonos, letras y obligaciones. Si no lo hizo fue porque el Banco Central Europeo se puso morado a comprarlos. En tiempos de los Austrias eso no sucedía, no podía suceder porque el dinero era de verdad, de oro, y no de ese que cagó el moro como el que usamos ahora.
Y de una quiebra a otra. Parece que Alberto Ruiz Gallardón, uno de los seres más abyectos que ha parido la política española en varios siglos, digno discípulo de aquellos monarcas incapaces del cinquecento, está en la ruina… o casi. Tal y como lo lee. Cuando abandonó el ministerio –y el Congreso– hace dos meses tuvo que declarar sus propiedades ante la cámara. Pues resulta que el Cejas tiene a su nombre un piso y dos garajes en Madrid, una casa en Nerja (provincia de Málaga), dos automóviles y dos motocicletas. Bien, ¿no? Pues no tan bien. Al banco le debe 100.000 euritos en concepto de un préstamo personal y el día de autos estaba con un descubierto de campeonato (1.258 euros) en la única cuenta corriente que facilitó. Entiendo que el dinero en efectivo lo tendrá en otra parte porque con esos números rojos no puede uno mantener los gastos ordinarios de tanto vehículo y tanta casa.
También es posible que todo sea una operación de blanqueado de imagen, que esté tratando de volver al politiqueo y haya filtrado esta información para que la derechona que le votaba compruebe como él era trigo limpio mientras los demás se lo llevaban crudo. Conociendo al pájaro creo que va a ser esto. Por desgracia, las quiebras de los Austrias eran muy reales, las de los Gallardones me temo que no. Quizá el Cejas no esté en números rojos pero nosotros sí que lo estaremos si este mastuerzo vuelve a tener presupuesto a su cargo. Manténgase alerta.
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