Este clasismo de base es muy español, muy de culturas como la nuestra, en la que los millonarios casi siempre lo han sido por privilegios concedidos desde arriba y casi nunca por la libre elección de los de abajo. Los de abajo no son, como dice el marxisteo, los desheredados de la fortuna, los de abajo somos todos nosotros tomando decisiones de consumo diariamente, premiando al eficiente y castigando al que no lo es. Rosalía Mera y su criatura empresarial son extremadamente eficientes, de ahí que sus dueños serán multimillonarios. Bien merecido se lo tienen. Ojalá hubiese muchos más como ellos. Admirar al exitoso, sin embargo, no suele ser lo habitual por estos pagos. Al que triunfa se le envidia primero, se le lamina después y se le da sepultura a palos en el último de sus días. Luego querremos que esto se parezca a la bahía de San Francisco, cuando la realidad es que, conforme la peste del gordillismo se extiende por el país, se va pareciendo más a Puerto Hurraco.
Por si la muerte de Rosalía Mera no hubiese sido dicha suficiente, hace dos días Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid, se dio un piñazo en moto y al cierre de esta edición yace grave en la unidad de cuidados intensivos de La Paz. Según saltó la noticia a los hampones estos les faltó tiempo para cebarse a modo en Twitter… y en lo que no era el Twitter. A mi Cifuentes me cae bien, pero aunque me cayese mal lo último que le desearía es la muerte. Las ideas políticas son una cosa y las personas otra bien distinta. Pero, ay, el mismo mecanismo de la semana anterior se puso a funcionar. A Cifuentes no la acusaban de millonaria, básicamente porque no lo es, sino de “represora de los movimientos sociales”. Eso de los “movimientos sociales” es un eufemismo para decir “extrema izquierda que la lía parda en la calle”. La “represión” de la que acusan a esta buena mujer ha consistido en hacer cumplir la ley impidiendo, por ejemplo, que una turbamulta asaltase el Parlamento al grito de “¡Derroquemos el sistema!”. El trabajo de Cifuentes no es más agradable del mundo, pero alguien lo tiene que hacer. Y ella lo hace estupendamente.
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