lunes, 24 de octubre de 2011

SGAE, todo por la pasta

Mediado el verano del año pasado una sorprendente noticia saltó a las redacciones de los periódicos: la Sociedad General de Autores y Editores, la SGAE, pedía 14.000 euros al alcalde de Zalamea por representar la obra homónima, un drama en tres actos escrito en el siglo XVII por Calderón de la Barca, en las fiestas del pueblo. Esta obra, por su antigüedad, es de dominio público pero la versión que se representa todos los años en Zalamea es una adaptación de Francisco Brines, un escritor de nuestro tiempo que, hace 15 años, tuvo a bien regalársela al pueblo.

La petición de la SGAE se ajustaba a derecho, a su derecho, claro. Esta sociedad privada reúne –de grado o por la fuerza– a todos los autores de España y se encarga de cobrar por sus obras. No importa que el autor no quiera afiliarse; o que, en un acto de generosidad, regale una de sus obras. La SGAE siempre cobra. Por eso se presentaron en Zalamea, un pueblecito pacense de 4.000 habitantes cuyos vecinos, 600 en total, interpretan la obra que inmortalizó el nombre del pueblo.


La historia de la SGAE y el ofuscado alcalde de Zalamea llegó a todas las esquinas del país provocando indignación y aspavientos. ¡Ladrones! fue la palabra escogida por enésima vez para acordarse de la Sociedad cuyo consejo preside Eduardo “Teddy” Bautista, un mediocre músico de los sesenta cuyo mayor éxito fue una canción titulada “Get on your knees” (ponte de rodillas). Años después, ya de capa caída, interpretó a Judas en la perfectamente olvidable versión española de Jesucristo Superstar. Estos, y un izquierdismo caviar de esos que cultivan con denuedo los antifranquistas retrospectivos, son sus méritos biográficos más destacables.

Teddy, que es como le gusta ser llamado, es sólo quien da cara en la SGAE. El resto funciona en modo automático exhibiendo una eficacia que para sí quisiera la función pública. Los agentes de la SGAE llegan hasta el último rincón de la geografía española, para constatar personalmente que los organizadores de todos los actos culturales que se celebran en la piel de toro han pasado previamente por caja. Nadie se salva de su voracidad recaudadora. Los conciertos y las discotecas son relativamente fáciles de auditar. No así las bodas, las peluquerías, los bares o los gimnasios, que pagan lo que les toca o tienen que cortar de inmediato el hilo musical. Es indiferente quien esté sonando, si está afiliado a la SGAE o si se trata un CD con títulos de un grupo musical que libera sus creaciones al dominio público.

Toda la música, del Do al Si, las cinco líneas del pentagrama, la clave de Sol, las negras, las blancas, las corcheas, las fusas y semifusas…hasta los silencios les pertenecen. Por eso se llevan lo suyo hasta en los actos benéficos. Hace menos de un año, en abril de 2009, los padres de Juanma López, un niño con el síndrome de Alexander, montaron un concierto en Roquetas de Mar con idea de obtener fondos para el tratamiento de su hijo. David Bisbal se ofreció a cantar sin cobrar un céntimo por la actuación. La SGAE sí, el preceptivo 10%, 5.600 euros que después, tras una campaña de denuncia en Internet, devolvieron en concepto de donación. Demostraron así que el dinero era suyo y que graciosamente se lo daban a la familia. Simplemente repugnante.

El de Almería no ha sido el único caso que ha dejado al descubierto las entrañas de hojalata de esta sociedad de gestión. Tres años antes, en 2006, exigieron 518 euros a los organizadores de un certamen de teatro en el que participan anualmente niños discapacitados de toda España. Los organizadores, una pequeña asociación de Segovia llamada Taller de cultural de Fuentepelayo, fueron llevados ante la Justicia por la delegación segoviana de la SGAE, que hizo oídos sordos ante las buenas razones que los organizadores del festival le presentaron. La historia entonces empezó a circular en bitácoras, foros y diarios digitales. Teddy Bautista cambió de opinión y devolvieron el dinero. En estos casos siempre actúan del mismo modo. Primero cobran y luego, si eso, si hay una campaña que denuncia sus abusos en Internet, se desdicen y hacen mucho ruido para que todo el mundo vea lo fraternales que son con los que más lo necesitan.

Si no hay un concierto o una representación teatral que echarse a la boca, la gente de la SGAE entretienen su tiempo en curiosos cometidos como cobrar por poemas medievales anónimos o cancioneros populares; obras ambas que, por definición, carecen de autor. El escándalo de la música medieval estalló hace ahora un año. Desde diversos foros se denunció que la SGAE cobraba por poemas anónimos de los siglos XII a XV a los que, en los siglos sucesivos, se les fue poniendo música, también anónima. Los derechos de autor caducan en España a los setenta años de la muerte del autor, así que toda la literatura y la música medieval está en dominio público desde hace varios siglos. A pesar de la denuncia, la SGAE no ha retirado de su catálogo ninguna de estas obras que, como todas las demás, están sujetas a una reclamación –siempre pecuniaria– de alguno de sus agentes.

La sangre que circula rauda por las venas de las SGAE es el dinero. Su justificación desde que fue fundada como Sociedad de Autores hace más de un siglo por Sinesio Delgado es cobrar, cobrar y cobrar. Y cuando han terminado de cobrar, inventarse un nuevo mecanismo para cobrar otra vez. Eso es lo que ha sucedido con en célebre canon por copia privada. Nació jurídicamente a finales de los años 80 para compensar a la industria discográfica por las copias privadas que los dueños de un radiocasete hacían en cintas magnetofónicas. Pero no fue efectivo hasta mucho después, exactamente hasta el 12 de abril de 1996, cuando, con un Real Decreto del último consejo de ministros, Felipe González regaló este fabuloso instrumento recaudatorio a la recién nacida SGAE, refundada un año antes para retirar la palabra España del acrónimo e incluir en el apaño a los editores.

Años después se amplió el espectro a los discos compactos y los DVD porque, ya con Aznar, pocos eran los que copiaban una casete y no llegaba un mal céntimo a las arcas de la SGAE. Hoy, gracias a los favores de Zapatero, –solícito siempre por satisfacer a la banda de la ceja, cuyos miembros militan también en la SGAE– pagan canon hasta los aparatos más insospechados. Probablemente mientras lee esto esté rodeado de cacharritos que han dejado su óbolo en la taquilla de los autores. Los móviles, los ordenadores, las fotocopiadoras, los reproductores de MP3 y MP4, las impresoras de todo tipo, los escáneres, los pinchos USB, las grabadoras de discos y de televisión, los discos duros clásicos y los de estado sólido… todo esto y alguna cosilla más tributa en la oficina de cobros de la SGAE. Y ay de la tienda que se lo vendió si no liquida la gabela en tiempo y forma.

Así, entre lo que se recauda por la vía ordinaria de los conciertos; lo que se pesca en lo que eufemísticamente llaman “comunicación pública”, es decir, bares, bodas y demás; y la golosina del canon la SGAE mueve cifras mareantes de dinero. Sólo en 2007 ingresó 400 millones de euros, cifra parecida a la del Real Madrid, que, aparte de jugar al fútbol es una engrasadísima máquina de hacer dinero, honradamente, eso sí. Y es aquí donde viene lo bueno. Si todo ese dineral fuese a remunerar más o menos equitativamente a los 90.000 socios largos con los que cuenta la sociedad pues sí que podría decirse que es general y de autores. Pero no, el 75% de esos 400 millones se reparte entre el 1,73% de los socios. Unos 600 afortunados entre los que figuran muchos cejudos zapaterinos, que se llevan la parte del león y que defienden con uñas y dientes a la SGAE allá donde haga falta.

Porque la SGAE, sobrada de casi todo, de lo único que anda falta es de abogados defensores. Es posiblemente la organización más odiada de España. Es un odio, además, completamente transversal, de la extrema izquierda a la extrema derecha sin distinciones de sexo, residencia o condición social. Todo el mundo les aborrece, y la SGAE lo sabe, así que, el que se pasa de la cuenta, lo sufre en sus propias carnes. Vituperar a la SGAE es parecido a hacerlo con la iglesia de la Cienciología, el que critica se las tiene que ver con ellos ante un tribunal.

Pero ancho es Internet como para intentar dominarlo. Las diatribas contra la SGAE son omnipresentes en la red hasta el punto de que si en Yahoo se busca la palabra “ladrones” el primer resultado es el sitio web de la sociedad. Sucedió con Google hasta que sus administradores tuvieron que intervenir suprimiendo los resultados incómodos. Una victoria efímera que no les permitirá ganar jamás una batalla, la de la opinión pública, que ya han abandonado. Por eso se han apuntado entusiastas al último disparate del Gobierno, la mal llamada Ley Sinde que, apadrinada por Zapatero, pondrá, como en la canción de Teddy Bautista, de rodillas a los usuarios de la red de redes, último refugio de los disidentes.

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