Microsoft creo el concepto hace ya diez años, pero no consiguió hacerse realidad hasta que Steve Jobs transformó su iPhone en una fina pantalla multitáctil de diez pulgadas. Sirven para todo, son fácilmente transportables, tienen un precio asequible y constituyen un aplanado objeto de deseo por parte de los consumidores. Por eso y por mucho más las tabletas serán el gadget de esta década. La guerra no ha hecho más que comenzar, quien gane será el dueño de un mercado que ya mueve una cantidad mareante de ceros.
Al comenzar el año 2007 todo estaba dicho en electrónica de consumo, o eso, al menos, era lo que pensaba un mercado ya maduro, con sus cimientos bien asentados y sus segmentos bien delimitados. Entonces, el día 9 de enero de aquel año, apareció Steve Jobs con su jersey negro de cuello alto en el escenario del Moscone Center de San Francisco y encendió la mecha de una nueva revolución tecnológica: la de los dispositivos móviles multiusos, multitáctiles y permanentemente conectados. Eso es lo que, en líneas generales, era el iPhone, una reinterpretación muy personal del teléfono móvil o, parafraseando al propio Jobs, el teléfono móvil como debería haber sido desde el principio.
El iPhone fue lanzado aquel verano y se empezó a vender como pan caliente. Nokia, a la sazón líder indiscutible del mercado móvil, acusó el golpe. Donde Apple ofrecía un terminal elegante, fino y sobrado de aplicaciones que ejecutaba con una sorprendente suavidad, los finlandeses ofrecían pesados armatostes cargados de botones que, a duras penas, conseguían mostrar una página web en condiciones. En sólo un año Jobs consiguió vender más de seis millones de un terminal que no era precisamente barato, que sólo estaba disponible en Estados Unidos y que ataba a los clientes con dos dogales: el de la operadora y el del llamado ecosistema iPhone, un matrimonio perfecto y exclusivo entre hardware y software.
El iPhone era –y sigue siendo– un pequeño ordenador personal capaz de hacer casi cualquier tarea con una solvencia extraordinaria. Su problema es que la pantalla, de sólo 3,5 pulgadas, es demasiado pequeña para ciertos desempeños como leer libros o ver películas. Muchos usuarios pedían un iPhone grande, es decir, el mismo aparato pero dotado de una pantalla lo suficientemente generosa como para no dejarse los ojos leyendo un texto. Pero eso ya existía, se llamaba Tablet PC, un viejo invento de Microsoft que nunca había funcionado en ventas. Los tablet del gigante de Redmond eran simples portátiles con pantalla rotatoria equipados con un Windows ligeramente tuneado para sustituir el ratón por un lápiz óptico.
Por precio, funcionalidades, tamaño y peso el tablet de Bill Gates fracasó estrepitosamente. A la vuelta de un lustro su uso se limitaba a mercados de nicho como el educativo o el sanitario. Los fabricantes eran reacios a incorporarlos en sus catálogos por lo que, para el gran público, eran unos absolutos desconocidos. Con razón, su experiencia de uso era idéntica a la de un portátil normal, costaban mucho más y la tactilidad de sus pantallas dejaba mucho que desear.
Pero nada de eso sucedía con el hipotético iPhone hipervitaminado con el que soñaban muchos propietarios del prodigioso teléfono de la manzana. Un sueño que se hizo realidad tres años después del anuncio del iPhone. Elevado ya al trono del Olimpo tecnológico tras los éxitos sin paliativos del iPod y el iPhone, Jobs volvió a aparecer en escena para presentar el Gadget definitivo a finales de enero de 2010. Se llamaba iPad y, en esencia, no era más que eso: un iPhone a lo grande, dotado de nuevas tripas y de una generosa pantalla de casi 10 pulgadas. Acababa de nacer una nueva categoría, la de las tabletas, y esta vez el asunto iba en serio.
A pesar de las dudas de los analistas, el mercado habló alto y claro arrojando unas ventas fuera de lo común en un tiempo récord. El primer día se vendieron 300.000 unidades, que serían un millón en el primer mes y 15 millones en el primer año. Pocos productos han penetrado en el mercado a velocidad semejante. La razón del éxito era obvia. El iPad era el primer ordenador totalmente portátil de la historia que lo tenía todo a su favor, un dispositivo pensado para la era digital en todos los aspectos. Contaba, además, con el práctico monopolio del mercado porque la competencia estaba a años luz de disponer de un dispositivo semejante.
Pero los años luz en cuestiones tecnológicas se traducen en meses cuando hay mucho dinero de por medio y un mercado nuevo al que atender. A lo largo de 2010 todas las grandes marcas calentaron motores. Algunos apostaron por desarrollar tabletas siguiendo el estilo de Apple, centrado desde el lanzamiento del iPod en unir el aparato a un entorno de software propio. Eso es lo que hizo la canadiense RIM, fabricante de las populares Blackberry, y la todopoderosa HP. Otros, la mayoría, escogieron el sistema operativo móvil de Google, el Android OS, al que aún le faltaba casi un año para disfrutar de una versión optimizada para su uso en tabletas.
Guerra a muerte
El orden de batalla ya estaba dispuesto a falta de que los contendientes mostrasen sus armas. Eso es lo que ha sucedido este año. Ya se han producido las primeras bajas. HP lanzó su TouchPad en julio, al mes siguiente lo retiró porque las ventas eran tan ridículas que sus directivos consideraron que era preferible una rendición a tiempo a dilapidar miles de millones en una batalla perdida de antemano. El PlayBook de Blackberry no se ha rendido aún, pero resiste con lo puesto en una esquina del campo de batalla aferrado a sus usuarios más fieles. Los que escogieron Android han echado toda la carne en el asador sabiendo que el sistema de Google es el más popular en los teléfonos móviles de última generación.
Aquí es donde se ha producido el primer enfrentamiento a cara de perro entre Apple y su otro yo, la coreana Samsung. Llevan meses denunciándose mutuamente por infracción de patentes. Apple acusa a Samsung de copiar punto por punto y coma por coma el diseño del iPad en su superventas, el Galaxy Tab. A tal punto ha llegado la confrontación que los coreanos llegaron a argüir ante un tribunal alemán que el verdadero inventor de las tablet no es ni Apple ni Microsoft, sino Stanley Kubrick, que instaló unos aparatos sospechosamente parecidos a bordo de la nave Discovery One en su película “2001, una odisea en el espacio”. Por de pronto, en Alemania está prohibida la venta del Galaxy Tab y Samsung cabildea en los tribunales coreanos para prohibir la venta del iPad en aquel país.
Mientras Apple y Samsung se desollan a la vista de todos, Google ha abandonado su tradicional neutralidad en el mercado del hardware y ha comprado Motorola, una compañía con mucha solera pero que atraviesa horas bajas. El tablet de Motorola, el Xoom, tiene ahora una posibilidad de la que carecía antes de pasar a ser propiedad del rey de la red. Otro gigante, el japonés Sony, se ha metido de lleno en la guerra este mismo otoño con dos modelos de diseño exclusivo alimentados por Android. Amazon ha entrado en juego con otro tablet, el Kindle Fire, enfocado al entretenimiento multimedia y asistido por el portentoso ecosistema de la mayor librería del planeta. El resto de fabricantes –Asus, Acer, Dell, HTC y Toshiba– lo siguen intentado con fortuna desigual, invirtiendo verdaderas millonadas que irán a fondo perdido si, al final, tienen que rendirse. A lo largo de 2012 se librará la batalla definitiva de la que sólo saldrán bien parados unos pocos que serán quienes acaparen el mercado de las tabletas, el gadget de esta década.
Cuestión de aplicaciones
Las tabletas hacen de todo, pero para hacerlo necesitan programas, y éstos se encuentran en las tiendas de aplicaciones. No son establecimientos físicos, sino tiendas virtuales a las que se accede a través de la tablet. El inventor fue Jobs, que, basándose en el éxito de la tienda on-line de música iTunes, creo la App Store para el iPhone. La tableta sale de la caja con lo justo y es el usuario el que se encarga de adecentarla a su gusto eligiendo las aplicaciones que instalará. Las hay para todos los gustos y de todos los precios, incluyendo un buen número de aplicaciones gratuitas. La que más tiene es la de Apple, seguida de cerca por el Android Market y, ya a cierta distancia, por la Blackberry App World. Muchos clientes se deciden por una u otra plataforma en función del número de aplicaciones que, además, constituyen un negocio redondo para los fabricantes, que se llevan una comisión por ponerlas en la tienda.
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