No, el sindicalismo “de clase” parte de un error teórico fundamental. Se alinea con la doctrina marxista, ampliamente refutada en el plano académico y desacreditada en el mundo real tras ser aplicada con trágicas consecuencias en multitud de países. Concibe la sociedad como un ente dividido en clases sociales estancas y necesariamente enfrentadas. La realidad nos dice exactamente lo contrario.
No, en la práctica los dos sindicatos hegemónicos son parte del Estado. Constituyen una simple evolución del Sindicato Vertical franquista que se interpone a la fuerza entre los trabajadores y los empresarios. Lejos de mantenerse con las cuotas de sus afiliados, viven de cuantiosas transferencias con cargo al contribuyente en lo que popularmente se conoce como “pesebre”. La consecuencia es que, como cualquier otro organismo estatal, el único interés de ambas centrales es el de obtener más y más fondos públicos para crecer y perpetuarse.
No, tanto UGT como CCOO tienen una representación mínima, del orden del 10%, pero negocian en nombre de todos los trabajadores. Mediante los convenios colectivos, una reliquia del fascismo, imponen sus fines y merman la soberanía del trabajador a la hora de pactar sus condiciones laborales. En el proceso sobrecargan a las empresas de liberados y enlaces sindicales que buscan lo mismo que la casa matriz, esto es, mantener su empleo y sus privilegios a cualquier costa. Detrás todo esto reside una idea básica: consideran al trabajador un eterno menor de edad incapaz de representarse a sí mismo.
No, se han demostrado absolutamente inútiles en lo que se refiere a defensa del empleo. La tasa de paro en España ha sido siempre una de las más altas de Europa, incluso en los años de bonanza. Es más, para los sindicatos el desempleo es una jugosa fuente de ingresos a través de cursos de formación financiados por el erario público.
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