sábado, 24 de septiembre de 2011

Pachauri, toma el dinero y miente

En la ceremonia de entrega del premio Nobel de la Paz de 2007 hizo acto de presencia pública de la mano de Al Gore un tal Rajendra Pachauri, indio de la India y presidente del IPCC, el panel de la Naciones Unidas para el Cambio Climático. Curioso y desconocido personaje con pinta de Sandokán metido en años y, según contaban las crónicas de absolutamente todos los medios de comunicación, desinteresado batallador de causas heroicas como el calentamiento global, que, en aquellos pecadores años de abundancia, era un mantra que casi nadie se atrevía a poner en duda.
De Pachauri nos contaban que luchaba por el medio ambiente desde hacía 30 años y que, gracias a sus buenos oficios, el IPCC había conseguido mover la voluntad de la ONU y de todos los Gobiernos de un planeta recalentado por la avaricia de los industriales capitalistas y la inconsciencia de los consumidores, ahítos de energía barata, coches todoterreno y viajes en avión. Por eso, por su pureza indígena se lo rifaban en embajadas, parlamentos y palacios presidenciales del mundo. En España, sin ir más lejos, cuando vino se le recibió como a un Majarajá de la buena conciencia y todos quisieron su foto con el indio para colocarla en lugar preferente sobre un privilegiado estante del despachito oficial.


Lo cierto es que Pachauri no era lo que cuentan, sino algo bastante peor. Nacido hace 70 años en una pequeña ciudad del norte de la entonces India británica dentro de una familia local de clase alta, –su padre era psicólogo licenciado en una universidad londinense– en su infancia nunca se enteró de que vivía en uno de los países más pobres de la Tierra. Para que siguiese sin enterarse, sus atentos padres planificaron una cuidada formación que empezó en el prestigioso colegio de La Martiniere de Lucknow, la capital del estado de Uttar Pradesh.

Pachauri, hombre de probado olfato para los negocios, supo ver que el futuro estaba en el medio ambiente y su migoteo de leyes, tasas y compromisos internacionales

De allí el joven pasó a la escuela de ingeniería de los ferrocarriles indios y a la universidad de Carolina del Norte, donde se doctoró en ingeniería industrial y en económicas. Poco después consiguió colocarse como profesor en las dos facultades. Para entonces tenía 34 años y no había trabajado en su vida, pues con los gastos de tanto ajetreo estudiantil corrían sus padres. Nada que ver con los millones de niños que, desde hace décadas, malviven sin esperanza hacinados en las ciudades indias, sometidos a una casta dirigente, la misma a la que pertenece Pachauri, engolfada en el socialismo y la corrupción.

En 1975, con un currículum convenientemente abrillantado en Estados Unidos, regresó a su país natal. Se estableció en la ciudad de Hyderabad donde encontró un buen puesto en la Escuela de Administración. Pronto, antes de los 40, ya era director de un departamento. Entonces se cruzó en su vida el TERI, cuando esas siglas respondían a TATA Energy Research Institute. Posteriormente cambiaría el nombre, que no las siglas, para alejar a la institución de sus orígenes como división de investigación de TATA, uno de los mayores emporios industriales de la India. Los automóviles TATA, baratos y espartanos, se exportan a todo el mundo, incluida España. Hoy TERI es el acrónimo de The Energy Research Institute, un nombre menos conflictivo para el padre de una industria mucho más lucrativa que la del automóvil, la del clima.

Pachauri fue nombrado director del TERI en 1981. Para entonces el principal cometido del instituto en cuestión era investigar mercados como el del carbón y el del petróleo. Debió hacerlo muy bien –investigar, digo– porque le hicieron director de dos grandes empresas energéticas: India Oil, la mayor empresa comercial del país, y la National Thermal Power Generating Corporation, la principal productora de electricidad de la India, en cuyo mix energético el carbón es el gran protagonista.

Los glaciares del Himalaya no se van a fundir, como aseguraba la gente del IPCC con Pachauri a su cabeza, antes de 2035. El polo norte no se derretirá durante la próxima década

En los años 90 el ya cincuentón Pachauri, hombre de probado olfato para los negocios, supo ver que el futuro estaba en el medio ambiente y su migoteo de leyes, tasas y compromisos internacionales. Reorientó entonces todo el trabajo del TERI hacia la naciente tesis del calentamiento global antropogénico por aumento del CO2 y se hizo un hueco dentro del ambientillo científico que lo promovía. Así se estrenó en abril de 2002 como jefe del Panel de Naciones Unidas para el Cambio Climático. Donde los científicos no llegaban, él sí lo hacía gracias a su inglés británico, su exotismo indostaní y su facilidad para llevarse bien con los que mandan. En sólo cinco años, gracias a una propaganda machaconamente obscena y al atontado concurso de los Gobiernos del mundo desarrollado, consiguió llevar la paranoia climática a su clímax y el premio Nobel a su bolsillo.

Desde entonces ha coleccionado los nombramientos y honores al tiempo que, al calorcito del comercio de derechos de CO2, su cuenta corriente se ha hinchado como un globo. A día de hoy Pachauri es asesor de Credit Suisse, de la Fundación Rockefeller, del Glitnir Bank, de Toyota, del Deutsche Bank, de los ferrocarriles franceses (SNCF), del Instituto Japonés de Estrategias Medioambientales, del Instituto Yale de Clima y Energía y del fondo de inversión Pegasus, con sede en Wall Street. Como todos los honores que le conceden son pocos, para desagraviarle, la eléctrica alemana e.ON y la francesa EDF, han creado un consejo internacional para la energía sostenible dirigido por Pachauri, que se ha convertido en una caja de caudales ambulante. Con semejantes ingresos es normal que viva en el barrio de Golf Links, el más lujoso de Nueva Delhi, una suerte de Beverly Hills indio donde se codea con potentados, actores de Bollywood y deportistas de élite.

En España, país donde todo caradura encuentra acomodo, Pachauri ha hecho excelentes negocios. De la Vega, que tiene buena sintonía personal con él, le nombró miembro de la Comisión Delegada de Cambio Climático del Consejo de Ministros, por lo que, en rigor, puede afirmarse que Pachauri es empleado directo de nuestro Gobierno. Este consejillo, lógicamente, es sólo el aperitivo. El verdadero fuego viene en las pequeñas decisiones del Consejo de Ministros, esas que pasan desapercibidas y que nadie tiene en cuenta. En el del 5 de diciembre del año pasado, por ejemplo, el Gobierno entregó cinco millones de dólares limpios de polvo y paja para la financiación de energías limpias al Banco Asiático para el Desarrollo, donde el indio, para variar, es consejero. El colmo del absurdo, aquí el Estado no paga a los proveedores y los condena a la quiebra segura pero financia las energías limpias en Asia.

Entretanto, y a pesar de que su figura pública se ha resentido tras las revelaciones que la prensa británica ha hecho de su patrimonio, Pachauri sigue sentando cátedra y advirtiendo del cada vez más cercano armagedón climático. No importa que las predicciones del IPCC estén sujetas a una revisión continua que no hace sino atemperarlas, desmintiendo vaticinios pasados que carecían de sustento científico y que, en su mayor parte, eran fruto de la calenturienta imaginación de ciertos climatólogos a los que sí que les ha llegado el armagedón tras el escándalo de los correos electrónicos de la universidad de East Anglia. Y nunca mejor traído lo de calenturienta.

Los glaciares del Himalaya no se van a fundir, como aseguraba la gente del IPCC con Pachauri a su cabeza, antes de 2035. El polo norte no se derretirá durante la próxima década. El palo de hockey, el gráfico que mostraba como la temperatura no ha hecho más que crecer desde hace dos mil años, es mentira, y muy gorda. Los calentólogos del IPCC ocultaron la pequeña edad de hielo y el óptimo medieval, dos eventos climáticos –uno más frío y otro más cálido que el clima actual– que se han sucedido en el último milenio. Para colmo, la temperatura global no ha ascendido en esta década y van, con este, tres inviernos especialmente gélidos en el hemisferio norte.

A pesar de todo, el incombustible Pachauri sigue en sus trece y hasta se permite decir que, quien no esté de acuerdo con las tesis calentológicas, puede ir mudándose de planeta, o afirmar que comer carne es tan malo como conducir un todoterreno, o pedir un severo castigo para los países que incumplan los compromisos de emisión. Labor que combina con la de embajador de buena voluntad de la ONU y escritor ocasional. Su último título, una novela picante, probablemente autobiográfica, en la que un climatólogo indio consternado por la fragilidad de los ecosistemas repasa una vida repleta de aventuras eróticas durante sus viajes por el mundo. “Retorno a Almora” se llama el bodrio que, por suerte para nosotros, está sólo disponible en inglés.

La pequeña historia de Pachauri encaja como un guante con la gran historia de nuestros días. Un tiempo en el que la mentira flagrante se ha convertido en verdad oficial gracias al poder extraordinario que los políticos se han autoarrogado para saquearnos sin piedad para después, con esa ingente cantidad de dinero, crear sentimientos de culpa y moldear nuestras conciencias como si éstas fueran de su entera propiedad.

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